A partir de la obra Tom en la granja (Tom à la ferme), del dramaturgo quebequense Michel Marc Bouchard (Los endebles), el cineasta franco canadiense Xavier Dolan realiza a los 24 años su cuarto largometraje, un giro importante en una carrera original y fulgurante.
Tom en el granero(traducción peregrina del original) no acude ya a los artificiosos y seductores tics estilísticos que tanto éxito le han procurado al autor en los festivales de cine. En su adaptación de una obra teatral hermética y rigurosa, Dolan ha elegido, además de un estilo concentrado, profundizar mucho más en la complejidad sicológica y los conflictos emocionales de los personajes.
No asistimos ya a posmodernas radiografías comunitarias (Los amantes imaginarios) ni a edípicos ajustes de cuentas (Yo maté a mi madre), ni tampoco a provocaciones identitarias(Lawrence anyways); lo que prevalece ahora es la construcción de una atmósfera opresiva, todo un encierro sartreano, y de un lento juego de masacre verbal donde cuatro personajes centrales dirimirán sus diferencias y verán paulatinamente expuestas sus incómodas afinidades.
Tom, el joven protagonista rubio (el propio Dolan, actor estupendo), llega desde Montreal hasta una granja perdida en Quebec para asistir al funeral de su amante masculino. El contacto con la madre y el hermano del joven fallecido resulta, por decir lo menos, complicado. Sobre la preferencia sexual del desaparecido, la madre no quiere saber nada, el hermano sabe más de lo que le apetece saber, y Tom debe guardar, con dificultad creciente, las apariencias. Otro personaje, la postiza novia del difunto, llega al lugar para complicar aún más la situación. O para esclarecerla.
Desde la secuencia inicial, con campos de maíz captados en cinemascope, hasta una persecución del protagonista en esos mismos campos abiertos, el cineasta parece rendir tributo al Hitchcock de Intriga internacional (North by northwest), para dar luego paso, en los interiores de la granja, a un suspenso claustrofóbico y a una malévola disección de personajes y situaciones dignas del Chabrol más inquietante (El carnicero o La flor del mal). En su proceso de duelo, melancólico síndrome del sobreviviente, Tom se enfrenta a figuras de perversidad real (el ambivalente hermano homófobo) o fantasmal (el regodeo masoquista en la memoria del ser amado), para sucumbir después a la turbia sensualidad de volverse un sustituto incestuoso del amante desaparecido.
En espera de poder disfrutar de la intensa filmografía de Xavier Dolan, hasta hoy menospreciada en México, asistimos ya en la Muestra a una de sus películas más fascinantes.
Twitter: @CarlosBonfil1