jueves, 2 de enero de 2014

Dans la maison (En la Casa)


En la casa
Publicado el 14 - Dic - 2013 por Sofia Ochoa Rodríguez



















Por Sofía Ochoa (@SofOchoa)

Gustav Flaubert es el nombre del liceo donde el maestro, Germain (Fabrice Luchini), y el adolescente, Claude (Ernst Umhauer), se conocen. El joven inmediatamente llama la atención del profesor de literatura cuando, aún sin ubicarlo físicamente, lee su primera entrega: una breve narración de lo que ha hecho el fin de semana. Según sus cortas oraciones, por fin ha logrado penetrar las paredes de la casa de uno de sus compañeros de clase, Rapha (Bastien Ughetto), que resguarda lo que para él es un secreto fundamental que hasta ese momento la vida le había negado: las dinámicas de una familia normal.

Claude está marcado por el abandono de su madre y la asfixiante dependencia –debido a la parálisis de piernas– de su padre. “Continuará”, cierra sentenciosa la página arrancada de un cuaderno. Germain levanta la vista y mira con complicidad a su esposa que lo ha escuchado leer desde un sillón del pequeño departamento donde viven. Él, un amante y estudioso de las letras, reconoce un talento que parece haber estado aguardando durante generaciones de alumnos; ella, con más sentido común que buen gusto (está a cargo de una galería de arte contemporáneo que pretende vender engendros pretenciosos de este género de la posmodernidad),  distingue a un joven sardónico que sin tapujos ha violado la frontera del respeto. Ninguno se equivoca. Ambos han quedado picados con el relato. Más importante, el viejo profesor ha quedado prendado del jovenzuelo, irrevocablemente. En solo unos minutos, Francois ha establecido el estilo ozoniano del filme.



La tensión y la pasión (dos caras de la misma moneda, en este caso) se entrelazan en En la casa de tal manera que lo que no se dice, lo que apenas se insinúa, adquiere más relevancia que lo que sí se manifiesta. Estas dos emociones esenciales para el desarrollo de la acción provienen de diversos factores que el director ha ensayado en trabajos previos: la diferencia de edad entre los personajes principales, una identidad (también sexual) en formación intensificada por el aspecto andrógino y la mirada indescifrable –que oscila entre lo inocente y lo perverso– de su joven protagonista, una atracción ¿sexual? desbordada que se deriva de las carencias de los personajes y de la forma en la que proyectan estas pérdidas en los otros, y una salida, una oferta de restitución a través del arte, de la escritura, en este caso.

Como Swimming Pool (2003), sobre una escritora de misterio, En la casa es metanarrativa. Los progresos en la prosa del joven son los progresos en el quehacer de Ozon; lo mismo sucede con los tropiezos. Y, a diferencia de Swimming Pool, que transcurría alrededor de uno de los escenarios favoritos y mejor explotados visualmente del director, un cuerpo de agua, aquí es el guión el que marca la pauta para la sucesión de imágenes. Claude no sabe aún qué tipo de escritor es, y Germain lo obliga a experimentar y a equivocarse: ¿debe ser irónico, realista, introspectivo? Cada decisión literaria que toma se refleja en la pantalla (siempre dentro del marco del thriller), en los encuadres que acentúan distintos detalles de los personajes… y en su vida que poco a poco es dominada por su propia pluma. La frontera de la ficción y la realidad se desdibuja conforme sus letras maduran. Claude cae bajo el hechizo de la literatura y cree que la vida es tan maleable como audaz es quien la narra. El joven prueba estar dispuesto y tener la valentía para alterar la realidad, sin resquemor de por medio, a favor de su arte. Es aquí donde el alumno supera al maestro. Cuando su guía le indica que el protagonista de su relato debe tener un objetivo, no duda en elegir a la madre burguesa, a quien ha llamado “la mujer más aburrida del mundo”, la versión de Ozon de una Madame Bovary madura y sensualizada en la interpretación de Emanuelle Seigner, como su víctima. La conquista con un arma infalible para este tipo de dama doméstica, frustrada y clasemediera: poesía barata, metáforas indescifrables que aluden a interpretaciones vacuas sobre su pasmosa individualidad, sobre sus propios límites superables solo para ella. Palabrerías. Pero, ¿realmente sucede este romance?

Más que ser una Scherezada que se mantiene viva gracias a la incertidumbre que despierta en sus escuchas, como sugiere su profesor; Claude es un Barba Azul implacable, capaz de destrozar a quienes osen asomarse al origen de sus perversiones, a los que descubran los cadáveres sobre los que se yergue su arte que surge, a fin de cuentas, de su deseo de restitución. Ozon nos lleva a un paseo vouyerista potencializado: los espectadores nos alimentamos de la mirada del profesor sobre su alumno que a su vez espía las debilidades de la familia, que a pesar de los intentos de empatía del muchacho, dibuja como seres inferiores, pero nostálgicamente inalcanzables. Como cualquier escritor en ciernes, Claude falla. Se envuelve en las trampas de su ambición y su ego que le impiden guardar una distancia crítica sobre lo que escribe. Al caer él, cae Ozon, que a pesar de que ha mantenido interesado a su público no sabe cerrar su filme a la altura de la tensión que ha hilvanado. Su insistencia y talento fílmicos lo han mantenido como uno de los mejores, más consistentes y prolíficos directores de la actualidad, pero no le han sido suficientes aún para despuntar inexorablemente.

Blue Jasmine del gran Woody Allen


Blue Jasmine
Publicado el 25 - Nov - 2013
 

La bella e impecable pero a la vez neurótica Jasmine (Cate Blanchet) acaba de perderlo todo: su vida ostentosa, su matrimonio perfecto. Afectada por el revés monetario y emocional –a causa de los negocios fraudulentos de Hal, su exmarido (Alec Baldwin)–, se refugia en el modesto departamento de Ginger (Sally Hawkins), su generosa hermana menor que reside en San Francisco. Horrorizada por la condición de obrera de Ginger, Jasmine se niega a aceptar su nueva realidad, y la evade ingiriendo calmantes y alcohol que acaban haciendo mella en la conciencia ya de por sí quebrantada de la mujer. La maníaca y temblorosa Jasmine deambula entre la realidad y la fantasía. ¿Es una víctima o el arquitecto de su propia desgracia?.  

Woody Allen dibuja en Blue Jasmine una tragicomedia sobre las desventuras de una socialité neoyorquina venida a menos. Explora los delgados límites de la negación y la realidad. El mundo delirante de la protagonista se nos presenta intercalando momentos del presente con el pasado, ágiles flashbacks que nos explican las razones de la condición actual de la protagonista. El personaje decadente de Jasmine tiene elementos de la Melinda Robicheaux de Melinda and Melinda (2004) de Allen, una mujer infeliz y desequilabrada, exesposa de un supuesto artista que termina estafándola, que debe reiniciar su vida con la ayuda de una amiga multimillonaria. Cate Blanchett da una de sus mejores interpretaciones, excepcional a la cabeza del reparto. Con diálogos hilarantes, en boca de una clase alta neoyorquina de yuppies es uno de los filmes más incisivos y divertidos de los últimos 20 años de la carrera de Woody Allen.



TAGS Woody Allen, Blue Jasmine, Jazmín Azul, Cate Blanchett, Joy Carlin, Richard Conti, Alec Baldwin, Sally Hawkins

Heli (una más que vi el 1 de Enero)


Heli
Publicado el 09 - Ago - 2013 por Alfonso Flores-Durón y Martínez
 


















Debido a las implicaciones con la realidad actual del país, contexto en el que se desarrolla la historia contada en Heli, me parece no sólo importante, sino ineludible para el mejor análisis del filme revisar con detenimiento el entorno en que se sitúa. El arte suele explicarse mejor cuando se conocen bien las circunstancias que lo hacen necesario. Porque no deja de sorprender que un elevado número de personas siga pensando que la lucha contra el crimen organizado, contra el narcotráfico, es una opción del Estado Mexicano, como podría tener otras. El propio gobierno de Peña Nieto, pese a las evidencias, decidió cambiar de estrategia como prueba, por ejemplo, en Michoacán, llevando a cabo una especie de repliegue táctico, pero muy pronto se le revirtió  la decisión. El vacío dejado por el gobierno fue rápidamente ocupado por los criminales y por grupos de autodefensa (infiltrados o financiados por criminales) y, es obvio, no con los mejores modales; con asesinatos de policías federales de por medio. Ahora, habiendo perdido parte de lo que se había ganado anteriormente, quieren recuperar el territorio perdido.

Se debe dejar del lado, de una vez por todas, la ingenuidad y las buenas intenciones en un asunto grave que no las permite. Ni siquiera el tema de la legalización de la producción, uso y distribución de la mariguana (que, por supuesto, debe debatirse con seriedad), ayudaría demasiado, en estos esquemas (tal vez en otros sí), a mejorar la situación. Quienes se dedican al crimen –contextos aparte- son en su mayoría personas que quieren ganar dinero ‘fácil’, sin el esfuerzo que un trabajo honesto exige de por medio (o, en todo caso, niños, hombres, mujeres y ancianos, utilizados como carne de cañón, bajo amenazas terminantes, por quienes manejan los tétricos hilos de las organizaciones). ¿En serio habrá quien piense que los narcos, si se legalizara la distribución de drogas, le entrarían a un negocio legal? ¿Competirían en el juego de la oferta y la demanda, con precios establecidos, regidos por el marco jurídico? No es lo suyo. Su fuerte es la transgresión de la ley, la demolición de cuanto se les ponga enfrente a la hora de cumplir con la obtención desmesurada de dinero, con su estilo de vida de destrucción y de muerte. La explosión de la violencia en años recientes –está más que documentado. Va sólo un recienteejemplo aterrador- tiene en gran medida que ver con la guerra inclemente entre las propias bandas por las plazas que más les interesan (además de la atomización de varias de esas bandas cuando sus líderes son capturados, liquidados por las fuerzas del orden, o asesinados por sus rivales o subalternos en actos de traición), y con el incremento de la crueldad con la que ejecutan a sus víctimas, que se entiende desde la insensibilidad ante la muerte ajena que tienen quienes desde pequeños han vivenciado este estilo de vida; es decir, los sicarios de hoy pertenecen a un linaje de delincuentes que perdieron todo sentido de la dignidad humana por educación familiar. Matar, para ellos, es cualquier cosa. Matar, infligiendo el máximo grado de sufrimiento a la víctima, les da status. De temerarios, de sanguinarios, de salvajes; de cabrones bien, pero muy bien hechos. Si se legaliza la mota, traficarán con las otras drogas, y si éstas eventualmente también se hacen legales, entonces diversificarán su negocio, como de cualquier forma ya lo hacen, hacia otras actividades lucrativas como lo son el secuestro, la extorsión, la prostitución infantil, el tráfico de órganos… No se puede pactar con criminales que no tienen palabra de honor, además de que si unos la tuvieran, sería aprovechado por otros para hacer lo que el pacto con las autoridades impide a sus rivales. Ni sus propios códigos respetan más estas bestias.

Tampoco se debe ignorar que la situación actual es el legado de décadas de putrefacción del sistema político mexicano de institucionalización revolucionaria, erigido en buena medida bajo los pilares de la corrupción y el compadrazgo con el crimen. Por eso no debe llamar la atención que, pese a que los niveles de violencia en el país han seguido aumentando en estos últimos meses, el pacto entre el actual gobierno y los principales medios de comunicación sobre el debido silencio al respecto, ha contribuido a disminuir la idea de que “México se encuentra en llamas”, como sucedía durante el gobierno anterior. ¿Recuerdan haber visto en un noticiero mexicano el bombardeo diario de reportajes sobre las muertes provocadas por la lucha contra el narcotráfico desde que Peña Nieto asumió la presidencia? Como por arte de magia, se silenciaron. Ya pocos hablan del No más sangre, ni existe mucho eco sobre la exigencia al gobierno para que detenga su lucha contra el crimen. Al desaparecer esta información de los medios (por exigencia del gobierno) se suaviza la psicosis colectiva que hacía creer a tantos que todo el país se encontraba al borde del abismo y el tema pierde fuerza, al menos mediática y en el imaginario colectivo. Aunque ahí siga el problema, y más conflictivo. No en todo México (como no lo estuvo antes), pero sí recrudecido en varias de las zonas que llevan décadas en descomposición progresiva.

Amat Escalante ha demostrado tener una singular fascinación por la violencia ejecutada en la pantalla de cine. Su breve, aunque sólida filmografía (Sangre, 2005; Los bastardos, 2008), lo certifica. Pero a pesar de que parece regodearse en la creación de secuencias que se conviertan en puñetazos al espectador (no deja de ser paradójico que su personalidad, al menos la pública, sea suave, tímida), siempre intenta insertarla en situaciones que la explican o en las que precipita preguntas complejas. De ahí que sea interesante cuestionarse si este proyecto nació como un intento de levantar la voz sobre sucesos grotescos y lastimosos que suceden en nuestro país, o si su objetivo era hablar de otra historia de violencia, cualquiera, y encontró en la tremenda situación que se vive en varias regiones de México el terreno fértil para darle contexto adecuado y eficaz a sus reflexiones sobre esa parte obscura de la naturaleza humana, tan proclive a provocar daño fatal en otros seres. La respuesta, sin embargo, pasa a segundo término ante la forma en que el realizador mexicano, nacido en Barcelona, acomete el desafío.

En Heli, desde el inicio, el realizador deja bien advertido que se necesitará de un hígado a prueba de ganchos para resistir lo que está por contarnos. En la parte trasera de una pick up que recorre alguna carretera de la provincia mexicana, se aprecia un bulto humano, sangre e indicios de que quien ahí va lo hace en contra de su voluntad. Al llegar a un claro, descienden veloces varios hombres de la camioneta, cargan al bulto humano, suben a un puente peatonal que comunica ambos lados de la carretera y, bajo una sincronización notoriamente calculada, en unos cuantos segundos dejan colgado a un ser humano que de inmediato pierde una vida que, resulta nítido, ya le habían arrebatado desde antes de la consumación de este ritual de muerte.

Después de ese escalofriante prólogo, la historia mete reversa. Conocemos la casa de quien da nombre a la película, Heli (Espitia), un joven trabajador, que vive con su esposa (González) y pequeño hijo en el mismo espacio que comparte con su hermana, Estela (Vergara) y su padre. Heli trabaja en una armadora de autos, en el turno nocturno, por lo que en su trayecto al trabajo se cruza a diario, en el camino de terracería, con su padre que ha concluido su jornada laboral. Estela es estudiante y anda en escarceos amorosos con un joven militar, Beto (Palacios). A él lo vemos siendo humillado durante sus férreos entrenamientos, teniendo incluso que revolcarse sobre su propio vómito. A continuación aparece, sentado, de frente a unas barrancas, presentándosele una engañosa promesa de libertad; una tremendamente árida e inalcanzable. Ella estudia hasta muy tarde, sabiendo que es poco probable que esas lecciones le sirvan de algo en su vida; pero en los libros encuentra un refugio: el dibujar monitos de enamorados en el vértice de las páginas para, como en el cine, adquirir movimiento al pasarlas de prisa, y dejar contada una pequeña historia. El fastidio por el tedio y el bochorno del transcurrir de días monótonos, casi estériles, actúa en favor del rápido enamoramiento; y más aún, dispara en ellos el romántico deseo de huir cuanto antes de esa existencia sin futuro, juntos, lejos. Evidentemente, su condición de estudiante y soldado no les permite un lujo de ese calibre. Para poder cumplir su sueño, a él se le hace fácil quedarse con un par de paquetes de droga, extraídos tras una ceremonia gubernamental, ante los medios de comunicación, de quema de droga incautada.  Con el dinero obtenido por la venta de la cocaína, sin problema alguno, podrán escapar hacia la felicidad. Mientras consiguen compradores, deciden esconder los paquetes en el tinaco de la casa de Estela. Las puertas del infierno han sido abiertas y los demonios serán implacables, sin distinción, con su familia.

Me parece necesario destacar tres postales que precisan aspectos fundamentales del ámbito en el que se desenvuelve la trama; en el que sobrevive tanta gente en México. Una plantea el hecho de que, mientras en otro ambiente la travesura de una pareja de adolescentes tendría que ver con situaciones cuyas consecuencias serían cuestiones como la expulsión escolar, un embarazo, el desprestigio social o en un caso muy extremo la correccional de menores, para muchachos como Estela y su novio, al tener contacto con un mundo de adultos que los rebasa, en un contexto tan comprometedor, la travesura se convierte en un error descomunal que les acarreará secuelas devastadoras e irreparables, para ellos y quienes los rodean.

La segunda, en la que es quizá la secuencia más perturbadora del filme, nos muestra no sólo el sadismo en los modos de tortura de los criminales (que, por cierto, si no tenían en el menú la especialidad de los miembros flameados, el filme les aporta la idea) sino, más espeluznante, el hecho de que ese tipo de prácticas las realicen enfrente de unos niños, dentro de lo que parece un espacio familiar. Los chamaquitos se encuentran hipnotizados, entretenidos con videojuegos, no de futbol u otro deporte, sino de esos en los que juegas a matar o morir. De ninguna manera es gratuito el que estén divirtiéndose así (aunque a los guardianes de la corrección política les moleste que, aún con el pétalo de una observación, se vincule a los videojuegos con prácticas o tendencias violentas); puede representar, definitivamente, un quizá tenue pero cierto primer paso hacia el ofuscamiento de lo que significa exterminar la vida de otro. De nuevo, hay contextos en los que, resulta evidente, la relación es más ajustada que en otros; en el presentado por el Heli, por ejemplo. Y luego viene la realidad (dentro de esa ficción) y, por supuesto, sienta ejemplo de su carácter de molde que hace palidecer a las formas que intentan imitar su contundencia. Entonces los niños, interrumpiendo su propia diversión, pasan a ser testigos del divertimento de sus mayores quienes, bebiendo cerveza y fumando mariguana junto a ellos, martirizan a dos seres humanos que no tienen posibilidad alguna de defensa, de forma humillante, degradante y vil, intentando amputarles su dignidad como personas. Esos niños, ya con la inocencia retorcida, herederos de esa barbarie, insensibles al sufrimiento ajeno, crecerán con un concepto pervertido de lo que es bueno y lo que es malo, difícilmente elegirán un oficio diferente al de sus mayores como forma de vida y, se antoja lógico, querrán ser más creativos y crueles cuando les llegue el momento de decidir sobre vidas humanas que, para ellos –han sido educados al respecto-, no tienen valor alguno. El que una señora, en un cuarto contiguo, se encuentre haciendo labores de hogar, al tiempo que escucha y observa de forma intermitente lo que ocurre en esa sala de tormento, también nos habla de la manera en que ese tipo de actividades, en ciertos círculos sociales –y en una sociedad como la mexicana en la que de por sí existe tanta condescendencia hacia el atropello a la ley, cualquiera que sea-, hoy en día son vistas como algo ordinario, cotidiano; sin conmoción alguna. Cualquier cosa.

La tercera, en la que una oficial policíaca, encargada junto con su pareja profesional de la investigación sobre el paradero de Estela, misteriosamente cita a Heli, de noche y en su propio auto, para ofrecerle el avance de las indagatorias y algo más. Escalante siembra de turbiedad y congoja el ambiente, particularmente después de lo que nos ha presentado previamente. Más allá de los hechos concretos que en la secuencia acontecen, con lo ahí planteado es fácil distinguir patrones enraizados en la procuración de justicia mexicana, como la falta de preparación, baja noción de la trascendencia de su labor, ínfima autoestima, desamparo absoluto de sus superiores, nulas herramientas para desempeñar sus responsabilidades, frivolidad, desidia, indiferencia ante la vulnerabilidad de los aún más desprotegidos y que dependen de ellos. Y, obviamente, corrupción coagulada que ni siquiera siempre tiene que ser satisfecha en términos pecuniarios, como le tocó al pobre Heli, con esa mujer policía, además, en rebelión con la estética. Esas, por lo general, son las autoridades que nos protegen en México. Particularmente en las geografías donde la población más requiere de amparo.

Dejando a un lado lo políticamente correcto parece pertinente preguntarse si un filme con violencia tan explícita contribuye o no a embrollar más un ambiente de por sí saturado de imágenes que en su conjunto han generado esta psicosis, no sólo nacional, sino mundial. Llama, además, poderosamente la atención que a los críticos internacionales (principalmente de países de primer mundo) les entusiasme tanto ver, tan de cerca, no sin morbo, el grado de putrefacción en el que, para ellos, se encuentra México, todo el país; no una franja, que aunque dolorosa y grande, no explica la realidad completa de la república. Como si les fuera ajeno que en sus propios territorios, incluso en las mismas capitales más importantes del mundo, se dan eventos, no tan aislados, de bestialidad humana derivada del tráfico de drogas. En la capital del Reino Unido, en Londres, en barrios como Peckham, Brixton, y hasta hace poco Stoke Newington, es común que bandas ligadas a la distribución de droga ejecuten o martiricen a rivales o deudores, y que haya áreas manifiestamente dominadas por ellas, ante la impotencia policial. Lo mismo en suburbios franceses y en países del centro y norte de Europa (donde la mafia rusa ha establecido su influencia), en Japón o en grandes zonas de ciudades como Detroit, e incluso Washington. Y eso que lo que ahí se disputa no es el control de los corredores por los que circulará toda la droga que abastecerá al país más consumidor del mundo.

Considero que, definitivamente, un filme como Heli es necesario e indispensable para reconstruir y compartir una de las realidades –quizás la más abominable- que conforman el complejo caleidoscopio de lo que es México.  Pero lo es, fundamentalmente, por la forma en que presenta la violencia, porque llena de significado la palabra, que ha sido ahuecada por los medios de comunicación (principalmente los noticieros, pero igualmente la mayoría de los diarios y sitios web de corte político), que convierten los funestos episodios en cifras, en paja periodística, en diatriba política, en amarillismo sensacionalista que a base de repetición sorda y frecuente extirpa el monstruoso drama inherente a los auténticos hechos; pero vende. El que Heli nos permita presenciarla, en primera fila, con todo y la carga de opresión espiritual que conlleva, humaniza esas torturas, esas muertes. Porque son infligidas a personas a las que se nos ha permitido conocer (durante los primeros minutos de la cinta), con nombre y rostro, seres humanos que padecen ante nuestros ojos de forma similar a la que tantos seres lo hacen, sin testigos ni defensores, en muchas zonas del país. No puede ignorarse más con voltear el rostro hacia otro lado. La descomposición familiar -incluso por causas ajenas a su propia dinámica- y la falta de educación o, peor aún, la mala educación activan el vicioso juego de causas y consecuencias sobre las que Amat enfocó, con preocupación, su mirada. De ahí, debería ya saberse, parte todo.

Es importante que Heli se vea fuera de México, sí, pero es crucial que sea un filme visto por los mexicanos, por el mayor número posible, incluyendo especialmente a la gente con incidencia en la toma de decisiones en México, a nivel local y federal. Las virtudes de la película no se limitan, además, al discurso formal. La factura es pulcra y conveniente para el tema que se retrata por adaptarse sin afectaciones a él. De cualquier forma, es destacable el trabajo de cámara (a cargo de Lorenzo Hagerman) que enfatiza, a través de ingeniosos detalles, fundamentos del discurso de Escalante: notablemente (más que los miembros flameados, cuya consecución fílmica es un misterio), la secuencia en que una camioneta del ejército, con un soldado apuntando una metralleta empotrada en la parte trasera, se detiene a unos pasos del hogar de Heli, quien se planta desafiante entre los dos. De algún modo la escena recuerda a la de Tian’anmen, con toda su carga simbólica; la forma en que coreografían la secuencia de quema de los paquetes algo tiene de Beau Travail de Claire Denis; y el tracking shot del cuerpo colgando del infausto puente peatonal, con la cámara montada en la pick up, por mencionar unos ejemplos. El diseño de sonido, por su parte, es factor esencial para confeccionar la siniestra atmósfera que persiste durante los 105 minutos del filme. La selección de 'Esclavo y amo', de Los pasteles verdes, como canción presente en la trama, con su letra, connotación del título e implicación melancólica, es otro puntual acierto.

Habría sido interesante ver, dentro de esta historia sostenida en un guión tan aceitado y meticuloso en rasgos y pormenores, algún o algunos personajes cercanos al entorno de la tragedia que, como en la vida real sucede, no necesariamente fueran avasallados por ésta, como le ocurre a Heli quien, pese a todo, intenta recobrar, reconstruir lo que queda de su familia hasta donde le da el alma. Quizá habría robustecido la tridimensionalidad de este relato. Sea como fuere, el panorama no luce nada alentador, según el clamor de Amat Escalante; según los estruendos de la realidad.


TAGS Heli, Amat Escalante, Armando Espitia, Andrea Vergara, Linda Gonzalez, Juan Eduardo Palacios, Beau Travail, Claire Denis, No mas sangre, Peña Nieto, crimen organizado, lucha contra el crimen, reseña, crítica, filme

Post Tenebras Lux (vista el 1 de Enero de 2014)


Post Tenebras Lux
Publicado el 26 - Nov - 2012 por Alfonso Flores-Durón y Martínez
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Una de las figuras indiscutibles en la historia del cine ha sido el ruso Andrei Tarkovsky. El valor de su propuesta fílmica es por todos conocido en el mundo cinematográfico y por la mayoría apreciado. Pero, además, con su visión y capacidad analítica, compartió sus teorías acerca de la esencia de este medio como auténtico arte en un libro prodigioso, Esculpir el tiempo. En él, cinceló uno de los que, consideraba, se erigía como pilar fundamental en la forma como se debía abordar la creación de imágenes en movimiento: “El deber de un director es recrear la vida tal cual; con sus movimientos, sus contradicciones, su dinámica y sus conflictos. Debe revelar hasta en su último detalle la verdad de lo que ha visto, aun si ésta no es aceptada por todos. Un artista, obviamente, puede equivocarse, pero aun sus mismos errores pueden ser interesantes en tanto sean sinceros, ya que representan la realidad de su mundo interior, de su peregrinaje y de la lucha que ha entablado con el mundo exterior… Todo debate acerca de aquello que se puede o no mostrar al público es un intento vulgar e inmoral por distorsionar la verdad”. Si nuestra realidad, añadía, nuestros días completos están compuestos por lo que nos acontece, pero igualmente por lo que soñamos, imaginamos, recordamos, forjamos hipótesis, anhelamos, un cine verdaderamente realista es aquél que crea para la pantalla la vida con toda esa complejidad.

Toda la filmografía de Tarkovsky se adhiere a ese principio. Es evidente que Carlos Reygadas pensó inscribir Post Tenebras Lux en esa tradición. Lo ha hecho con arrojo y, en gran medida, con fortuna. A estas alturas de la historia del cine, debería ya estar rebasada la consideración de si un filme es difícil o es accesible; cuando menos en términos del cine de autor y, más allá de filias y fobias, sería mezquino negarle ese título a Reygadas. Por lo tanto,Post Tenebras Lux no debe observarse, ni analizarse, desde su capacidad de ser digerida. Es definitivamente una película que debe ser sentida por quien la ve, y es por eso que exige de la identificación del espectador; no necesariamente en cuanto a reconocerse en las viñetas o secuencias imaginadas o recordadas por el director y puestas en pantalla, pero definitivamente sí en términos de que quien la ve repare en que la conjunción de eventos planteados ante sus ojos y oídos guardan similitud con la forma en que concibe su propia vida. Lo que resulta inverosímil no es comprender lo que acontece en Post Tenebras Lux, sino que en el 2012 haya a quienes les cueste tanto trabajo asimilarlo, particularmente dentro de la crítica especializada europea. Regresando a Tarkovsky, y guardando las notables diferencias entre el ruso y el mexicano (que en buena medida pueden tener que ver, además de con el talento, con la riqueza interna de cada uno), en el ya lejano 1975 aquél concibió una obra mayúscula: El espejo, que contenía fragmentos cruciales en la vida del protagonista (en este caso, cargados de intensos rasgos autobiográficos), que recordaba vívidamente su niñez, reconstruía episodios de la vida de su madre, de la de su padre, insertaba eventos generados por su imaginación, e incluso recobraba acontecimientos críticos en la historia de Rusia, y hasta de la Guerra Civil Española, pero sobre todo, compartía los sentimientos íntimos que todo lo anterior le generaba. Apenas en el 2010, el tailandés Apichatpong Weerasethakul ganó la Palma de Oro en Cannes con una maravillosa película, La leyenda del tío Boonmee, que también apuesta por las superposiciones de tiempo, espacio, episodios delicados en la historia de Tailandia, metáforas sobre la progresión del cine, las vidas paralelas y la trasmigración de las almas, entre varios trascendentales asuntos más. Las dos hilaban de manera finísima, secuencia tras secuencia, con coherencia extrema, historias únicas, contadas de la forma que cada una exigía se hiciera.

Post Tenebras Lux, pues, no es en estricto sentido un filme del todo original. Claramente bebe de ambas aguas, aunque sin el factor poético de ellas; lo que no se le puede regatear a su realizador, Carlos Reygadas, son los arrestos para acometer un propósito de esta envergadura. Son contados los directores que se aventuran a edificar una obra sin la narrativa ortodoxa, ni patrones estructurales fácilmente reconocibles como red de protección. Reygadas, a su estilo, nos ha permitido, igualmente, ser invitados a conocer una parte de su vida, y buena parte de su mente. Su más reciente incursión fílmica, insisto, quizá no del todo original, sí es decididamente personal, es decir, está colmada de elementos muy suyos, es pues la que más nos deja conocer de él como persona y como artista.

Por ahí he leído y escuchado que con simplismo burdo, algunos dicen que el filme es como un rompecabezas que debe armar el espectador. Existen películas que deliberadamente son construidas de esa manera (Code Inconnu de Haneke, 2000, por ejemplo). Películas cerebrales son las que buscan ese fin. Nada más alejado de Post Tenebras Lux, que es un filme que apunta mucho más a los sentidos, a la recepción emotiva y afectiva, que a la razón, sin que ésta sea del todo excluida del componente. Y de cualquier manera, para los obsesionados con entenderla, con recibir pistas, las hay, suficientes. Si su interés es desentrañar una trama, la hay; y ni siquiera tan escondida.

En éste, su cuarto filme, Reygadas, sí, cuenta una historia, bastante simple, por cierto: una familia burguesa compuesta por Juan, el padre (Jiménez Castro), Natalia, la madre (Acevedo), el niño (Eleazar Reygadas) y la niña (Rut Reygadas) recién ha dejado la ciudad para irse a vivir a un tan hermoso como intimidante paraje montañoso, en una acogedora y espaciosa cabaña, casi empotrada en un río. Intentan compenetrarse con los humildes pobladores de la región, pese a las irreducibles diferencias que los distancian. Juan sufre arranques irracionales de violencia que desquita con su perro favorito y, el matrimonio, pese a que los niños aún son pequeños, y a que en apariencia cuenta con todos los ingredientes para la felicidad, muestra signos de deterioro; el hartazgo y la insatisfacción los agobian, principalmente a Natalia. En vísperas de un viaje a la playa, en el que Juan tiene cifradas esperanzas de que fomente a cicatrizar las heridas de la fricción cotidiana y del descontento acumulado, ocurre un acontecimiento (insertado en el aspecto más bárbaro de la lucha de clases) que descarrila los anhelos de la recomposición familiar. Grosso modo, ésa es la trama, pero de ninguna manera es lo crucial del filme. Lo que lo hace trascender es la forma en que Reygadas lo complementa con una variedad de secuencias que integran recuerdos y demás juegos de la mente: sueños, deseos, proyecciones de un futuro ansiado que quizá nunca se consuma y, claro, también temores. No importa del todo distinguir qué es qué, aunque la edad de los niños, o el cabello de Juan puedan aportar esas pistas que los despistados buscan. Resulta, de cualquier forma, irrelevante en buena medida. Lo sustancial es la forma en que el realizador compagina unas con otras, y el resultado es satisfactorio en la mayoría de los casos. La vida, con sus placeres, miedos, razones, sinrazones e incongruencias, palpita en el filme de Reygadas, como lo hace en nuestra realidad.

Otro elemento que destantea a quienes exigen una guía que los vaya alumbrando tiene que ver con el aspecto técnico de la película. Descontrola a muchos el que el director haya elegido utilizar un lente que distorsiona los bordes de la pantalla, duplicando esos fragmentos de la imagen. Pero lo hace únicamente en las secuencias filmadas en exteriores, donde las personas normalmente se encuentran más vulnerables y donde es más fácil que incluso la caída de la luz deforme lo que observamos. Es un recurso (el del lente distorsionador), además, que otro ruso, Alexandr Sokurov, con otros propósitos y con gratificantes resultados, ha utilizado en sensacionales filmes como Madre e hijo (1997) y, recientemente, en la premiada, y también polémica, Fausto (2011). La presencia, en dos secuencias (una casi al principio, otra cercana al final, incluso dándole un carácter de circularidad a la estructura), de un diablo animado en 2D, visualmente emparentado con una Pantera Rosa más dotada que los participantes en la orgiástica secuencia del vapor (¿imaginada, recordada, ambicionada? Yo digo que recordada, previa a los hijos, maternal en un sentido retorcido), también asusta a muchos, pero por las causas erróneas. Les resulta difícil explicarse que el mal, ataviado en los ropajes que sea, ronde las viviendas de cualquiera, particularmente de quienes le han dejado la puerta abierta. Apichatpong, de nuevo, en La leyenda del tío Boonmee (2010), representó a un alma en pena como si proviniera del Planeta de los Simios, por ejemplo. Es decir, lo que Reygadas hace es echar mano de recursos que, por un lado tienen evidentemente intenciones estéticas y, por el otro, representan elecciones que, es claro, forman parte de un discurso personal que intenta ir más allá de interpretaciones limitantes. Imprescindible resulta destacar la importancia del diseño sonoro, minuciosamente cuidado y sin cuya eficacia es imposible apreciar a cabalidad el discurso del realizador. Los sonidos de la tenebrosa conclusión de la evocadora y apasionante secuencia inicial, o de la caída de los árboles, son especialmente estruendosos. Y, por supuesto, el trabajo de Alexis Zabe, quien ha sido responsable de la fotografía de los dos últimos filmes de Reygadas –ambos con la palabra ‘luz’ en el título–, y se ha encargado de sacar lustre a la suya, una luz sin artificios, lo más natural posible, pero que él hace lucir, dotando de un bello atributo visual a la película.

De mayor importancia que el resolver acertijos, me parece, está el revisar los temas recurrentes en la carrera del mexicano. La fuerte presencia de la naturaleza (en sus diversas presentaciones: el bosque, el río, el mar, largas planicies); por momentos opresora e inquietante, en otras reconfortante, nunca imparcial. La amenaza latente que se percibe en todo momento de que a la menor provocación se desatará la violencia, además, intensamente ligada, en alguna de sus modalidades, a la omnipresencia de los deseos sexuales reprimidos o, inclusive, saciados. La insatisfacción del hombre occidental, que pese a poseer los ingredientes para llevar una vida plena y feliz, no lo consigue (en buena medida, me parece, por el constante bombardeo de los medios de comunicación que cotidianamente reinventan las nuevas fórmulas, ficticias, artificiosas y efímeras, para lograrlo); su vacío espiritual, su aterradora soledad. La muerte como destino ineludible, sí, pero también como fantasma acechante. En este caso, la inocencia infantil cotejada con las perversiones adultas. La presencia de la religión como rito, pero también como marco de referencia moral. Y, distinguidamente, la aguda tensión social que existe en México entre lo que más que dos sociedades diferentes separadas por sus dispares grados de riqueza, se erigen como dos cosmovisiones, casi irreconciliables, que zanjan un abismo entre ellas, y cuya falta de entendimiento mutuo suele derivar en violencia brutal, factor decisivo para entender la actualidad de nuestro país.

Otro elemento distintivo del cine de Reygadas es su elección de no trabajar con actores profesionales, sino acudir a personas que más que interpretar, sean ellas mismas en pantalla. Y su búsqueda de ese naturalismo con tintes bressonianos –al que también recurre Bruno Dumont– le funciona en buena parte de la película; se siente que lo que estamos atestiguando es real (el comportamiento de los niños, la tirantez en la relación de pareja, la cena navideña, la visita al mentado sauna, el brindis del pueblo y, en especial, cargada de un gran sentido del humor, la reunión del grupo de ayuda) y eso nos involucra más. Sin embargo, esa apuesta, como todas, implica riesgos, y en este caso uno de ellos se traduce en un defecto, no menor. En la secuencia climática del filme, Juan, agobiado por el acecho de la muerte, pronuncia un monólogo en el que recupera algunos, si bien sencillos, preciados recuerdos de su niñez. Pero la cámara, a la que es difícil mentirle, no termina de registrar la gravedad de lo que el alma de Juan padece. La sustancia del momento se desmorona, pues no resulta del todo creíble que el alma de Jiménez Castro comprenda y menos padezca las tribulaciones que abruman la de Juan.

Post Tenebras Lux es, incuestionablemente, un filme mayor. Y una obra mayor, ya lo dijo Thomas Mann, “es multifacética e indefinida, como la vida misma”. Con virtudes y defectos, es cine de avanzada. Cine que se aproxima a la realidad del hombre de forma fiel y precisa. Cine que no sólo desafía, sino que estimula al espectador. Nadie en el cine mexicano actual se acerca a presentar en pantalla la complejidad de la vida en la forma en que lo hace Reygadas, quien no sólo espera que desde la mera contemplación se presente el milagro de que la cámara y lo que ocurre delante de ella, resuelvan el trabajo del director. Reygadas, lo hace notar, en todo momento tiene férreo control de cuanto decide capturar y posteriormente compartirnos. Empero, debo reconocer, sigo guardando reservas –y no soy el único– sobre hasta qué punto se trata de un realizador que, en su deseo por destacar y sobresalir, se apoya en cada paso en lo que otros ya han hecho y probado –ya he mencionado en este filme algunas referencias notorias, sobre todo en cuanto a estructura; el Ordet de Dreyer y algo de Bergman en Luz silenciosa; patrones claros de Dumont en Batalla en el cielo; secuencias de Tarkovski en Japón y también Luz silenciosa…–, y hasta dónde realmente lo que vemos en sus películas, lo que en este caso apreciamos en Post Tenebras Lux, es traducción genuina del trabajo de su instinto y su intelecto respondiendo a lo que su mente, su alma le presenta. Al tener como referencias tan cercanas a esos maestros tan trascendentes, le podría (o no) estar sucediendo, respecto a ellos, algo similar a lo que a Jiménez Castro en la secuencia climática descrita al final del párrafo previo; podría ser que su luz artística esté enturbiada por sombras ajenas a él.

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MUESTRA INTERNACIONAL DE CINE DE LA CINETECA NACIONAL del 28 de diciembre de 2013 al 7 de febrero de 2014


De tal padre tal hijo
Soshite chichi ni naru


Dir. Hirokazu Kore-eda
Japón
2013 / 120 min.
28 y 29 de diciembre
15:50, 18:00
20:10 y 22:20 hrs.

Distinto amanecerDir. Julio Bracho
México
1943 / 108 min.
lunes 30 de diciembre
16:00, 18:00
20:00 y 22:00 hrs.
martes 31 de diciembre
16:00 y 18:00 hrs.

Joven y bella
Jeune & jolie
Dir. François Ozon
Francia
2013 / 95 min.
1 y 2 de enero
16:00, 18:00
20:00 y 22:00 hrs.

GloriaDir. Sebastián Lelio
Chile-España
2012 / 110 min.
3 y 4 de enero
16:00, 18:00
20:00 y 22:00 hrs.

La postura del hijo
Pozitia copilului
Dir. Calin Peter Netzer
Rumanía
2013 / 112 min.
5 y 6 de enero
16:00, 18:00
20:00 y 22:00 hrs.

Érase una vez yo, Verónica
Era uma vez eu, Verônica
Dir. Marcelo Gomes
Brasil-Francia
2012 / 91 min.
7 y 8 de enero
16:00, 18:00
20:00 y 22:00 hrs.

La casa de la radio
La maison de la radio
Dir. Nicolas Philibert
Francia-Japón
2012 / 103 min.
9 y 10 de enero
16:00, 18:00
20:00 y 22:00 hrs.

Sólo Dios perdona
Only God Forgives
Dir. Nicolas Winding Refn
Francia-Estados
Unidos-Dinamarca

2013 / 90 min.
11 y 12 de enero
16:00, 18:00
20:00 y 22:00 hrs.

La vida de Adéle
La vie d'Adèle
Dir. Abdellatif Kechiche
Francia-Bélgica-España
2013 / 179 min.
13 y 14 de enero
15:50, 19:00
y 22:10 hrs.

Amor índigo
L'écume des jours
Dir. Michel Gondry
Francia
2013 / 125 min.
15 y 16 de enero
15:50, 18:00
20:10 y 22:20 hrs.

Piedad
Pietà
Dir. Kim Ki-duk
Corea del Sur
2012 / 104 min.
17 y 18 de enero
16:00, 18:00
20:00 y 22:00 hrs.

Paraíso: Esperanza
Paradies: Hoffnung
Dir. Ulrich Seidl
Austria-Francia-Alemania
2012 / 91 min.
19 y 20 de enero
16:00, 18:00
20:00 y 22:00 hrs.

Los insólitos peces gatoDir. Claudia Sainte-Luce
México
2012 / 92 min.
21 y 22 de enero
16:00, 18:00
20:00 y 22:00 hrs.

Liv & IngmarLiv & Ingmar: Painfully ConnectedDir. Dheeraj Akolkar
Noruega-Suecia-Reino Unido
2012 / 89 min.
23 y 24 de enero
16:00, 18:00
20:00 y 22:00 hrs.

El rey del erotismoThe Look of LoveDir. Michael Winterbottom
Reino Unido-Estados Unidos
2013 / 101 min.
25 y 26 de enero
16:00, 18:00
20:00 y 22:00 hrs.

Las horas muertas
Dir. Aarón Fernández
España-Francia-México
2013 / 100 min.
27 y 28 de enero
16:00, 18:00
20:00 y 22:00 hrs.

Berberian Sound Studio:
La inquisición del sonido

Dir. Peter Strickland
Reino Unido
2012 / 92 min.
29 y 30 de enero
16:00, 18:00
20:00 y 22:00 hrs.

Perros perdidos
Jiao you

Dir. Tsai Ming-liang
Taiwán-Francia
2013 / 138 min.
31 de enero y
1 de febrero
16:00, 18:45
y 21:30 hrs.

¡Somos lo mejor!
Vi är bäst!
Dir. Lukas Moodysson
Suecia-Dinamarca
2012 / 102 min.
2 y 3 de febrero
16:00, 18:00
20:00 y 22:00 hrs.

Los perversos
Les salauds
Dir. Claire Denis
Francia-Alemania
2013 / 100 min.
4 y 5 de febrero
16:00, 18:00
20:00 y 22:00 hrs.

Club Sándwich
Dir. Fernando Eimbcke
México
2013 / 82 min.