viernes, 8 de noviembre de 2013
Los nuevos retos de la Muestra por CARLOS BONFIL
Para Gustavo García, in memoriam
42 años de haber sido creada, la Muestra Internacional de Cine celebra este 2013 su 55 edición. Si se considera que durante algún tiempo el encuentro tuvo dos ediciones al año, Muestra de primavera
y Muestra de otoño, y que en realidad poca gente tenía algo serio que objetar a esa razonable división de una vigorosa oferta fílmica, no sería del todo desacertado retomar aquella tradición. Esto por varias razones.
A lo largo de los años recientes la asistencia a la Muestra se ha incrementado considerablemente. Basta ver las salas llenas cada día durante ese encuentro, con funciones agotadas, particularmente los fines de semana, y a un público cautivo tradicional al que se añade un número mayor de jóvenes para quienes la Muestra se ha vuelto una cita obligada.
Con todo el entusiasmo que esto suscita, y a pesar del razonable esquema de proyectar la misma cinta en seis días diferentes, es común escuchar que el paquete de 22 títulos semeja un maratón fílmico tan atractivo como extenuante. Evidentemente, para aquellos espectadores acostumbrados a asistir a
festivales cinematográficos (críticos, reporteros, profesionales de la industria), esta oferta fílmica es fácilmente asimilable. No es el caso de un espectador medio acostumbrado a una frecuentación menor a las salas de cine, incluidas las de la Cineteca.
Convendría tal vez atraer a ese público medio y estimularlo a ver un cine diferente volviendo al esquema atractivo de dos Muestras y un Foro de la Cineteca distribuidos a lo largo del año con un número menor de cintas, tal vez 15, lo que a la postre representaría ver más cine, mejor repartido.
El público de la Muestra ha evolucionado en los años recientes, es ahora más joven y a menudo más exigente. Se ha educado lo mismo en la propia Cineteca, en el circuito universitario de cine, en la televisión por cable, en las cintas que baja de la red o en el comercio informal que le propone a buen precio ofertas variadísimas.
Ese público no se sentirá indefinidamente atraído por películas de arte o por títulos de corte comercial para los que las distribuidoras tienen programado un estreno inminente, cuando no tienen expuesta ya la publicidad correspondiente en los complejos cinematográficos.
La Muestra como pasarela de prestrenos es un concepto que ha conocido mejores tiempos, aquellos de una proliferación menor de salas de cine, con públicos por lo general de edad madura resignados a la liberación a cuenta-gotas de algunos títulos esenciales.
Son múltiples los retos para la programación de una Muestra Internacional de Cine en esta época nuestra de multiplicación de dispositivos y pantallas (La pantalla global, Lipovetsky/Serroy, Anagrama, 2009).
Revisando las estrategias de programación de las Muestras en muchas de sus ediciones, se percibe un desfase entre las propuestas rutinarias (cintas premiadas en festivales, prestrenos llamativos, rituales de rescate de cintas clásicas en copias restauradas) y las exigencias crecientes de un cine diferente de
espectadores más inquietos, mejor informados y más alertas a una auténtica novedad fílmica.
Con una estupenda selección, la 55 Muestra Internacional de Cine apunta hoy en la buena dirección. Sería deseable diversificar todavía más las estrategias de programación con base en un conocimiento cabal de las expectativas y exigencias de los públicos actuales. Es de esperar que la nueva administración de la Cineteca Nacional valore con justeza la dimensión e importancia de estos retos.
¿QUÉ OCULTA EL ALMA DEL NIÑO ASESINO?: LA REALIDAD QUE NO SE QUIERE VER
Comúnmente asociamos a los niños con juguetes, columpios, payasos y alguno que otro capricho; y con adolescentes lo hacemos con cambios físicos, crecimiento y conflictos emocionales internos, los cuales son naturales en estas etapas.
No obstante, hay otro mundo en donde los jóvenes han incurrido en asuntos que, según considera la mayoría, no les pertenece, porque su destino natural de vida va por otro camino. Pero no podemos negar la realidad, pues hay jóvenes e infantes que han decidido tomar las armas y matar a sangre fría sin ningún remordimiento. Se trata de asesinos, criminales, delincuentes, o como se quiera llamarlos, pero que definitivamente ya no son aquellos seres inocentes.
Esta terrible realidad la presenta el reconocido periodista Julio Scherer García en Niños en el crimen (novedad de Grijalbo), que es resultado del trabajo de reportero que ha realizado en la Comunidad de Tratamiento Especializado para Adolescentes en el Distrito Federal. Fue testigo del sitio a donde llegan aquellos menores de edad que han cometido algún delito: secuestro, homicidio, robo, narcomenudeo. Muchos de ellos provienen de familias disfuncionales, de una sociedad que los juzga, y de un gobierno que los ignora. ¿Qué oculta el alma del niño asesino? Se pregunta Julio Scherer al leer algunos expedientes de los internos, quienes «asesinan sin noción del significado de la muerte, y matan en la conciencia de la vida».
A su vez, el periodista nos confronta con la existencia de una generación que ha desbordado las fronteras de lo humano. Son jóvenes perdidos, sí, que según nos han dicho podrían volver a encontrar el camino si son atendidos adecuadamente. Sin embargo, esto no sucede: ni cuando están dentro de la sociedad ni cuando son enviados a rehabilitarse a la Comunidad de Tratamiento Especializado para Adolescentes, donde pasarán 4 o 5 años encerrados.
En suma, Niños en el crimen nos hace reflexionar lo siguiente: ¿queremos seguir fomentando la violencia tanto en nuestros hogares como en la calle?; ¿queremos seguir estando ciegos de una realidad evidente?; ¿cuánto más podemos soportar esta situación? O, como lo diría Julio Scherer, con su gran estilo narrativo:
«Puede haber un domingo blanco en el país. El dato poco importa. Seguirán los lunes, los martes, los miércoles, los jueves, los viernes, los sábados rojos. La criminalidad puede ascender o descender. Tampoco importa. La delincuencia persiste y un sentimiento de inseguridad prevalece en la nación.»
El autor, asombrado de lo que observó, concluye el libro con el siguiente diálogo con el director general del centro:
«―Usted me ha hecho un daño inmenso ―le digo [a Hazael Ruiz].
»―¿Por qué?
»―Ha permitido que vea un dolor que no se quiere ver, del que no se habla ―me exijo una explicación inútil―. El país está en hambre cero mientras la tragedia cunde entre los menores delincuentes. Ya son millones, doctor.»
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