jueves, 1 de septiembre de 2011

La vida continua (Mark Strand)


La vida continua (Mark Strand)

¿Qué fue de aquellas casas en el barrio, inundadas
por una luz de plata, de los chicos agachados entre los arbustos,
observando a los grandes en busca de señales de rendición,
señales de que el irregular placer de desplazarse
de un día al otro, de estar a la deriva en la marea del deber,
ha seguido su cauce natural? Padres, confiésenles
a sus hijitos que la noche está muy lejos
y que a ustedes les gusta lo mundano cada vez más; explíquenles
que ha comenzado apenas su culto a las tareas del hogar;
describan la belleza de palas y rastrillos, trapeadores y escobas;
díganles que siempre habrá más cosas por limpiar y cocinar,
que una cosa conduce a la siguiente, y que ésta lleva a otra;
cuéntenles que se vive entre dos grandes oscuridades, la primera
se termina y la segunda no, que la mayor fortuna
es la de haber nacido, que se vive en una ráfaga borrosa
de horas y días, meses y años, y uno cree
que eso tiene sentido, a pesar del temor ocasional
de que uno se va a ir sin nada terminado, nada
para probar que uno existió. Díganles a los chicos que entren,
que ustedes siguen en la búsqueda de algo que han perdido: un nombre,
un álbum familiar que se precipitó de su minucia
a otra minucia, una porción de oscuridad que podría haber sido
de ustedes: no lo saben muy bien. Díganles que cada uno intenta
mantenerse ocupado, aprender a inclinarse y escuchar
la descuidada respiración de la tierra, sentir cómo les sobreviene
la languidez que les ofrece, oleada tras oleada, provocando
pequeños temblores amorosos en su breve
e innegable ser, en sus días, y más allá.