11/04/2018 01:41 AM
Dice Pontalis, escritor central de la intimidad, que el autoengaño es una forma compasiva del desconocimiento de la realidad. Pensé en esta forma de la ignorancia mientras revisaba los más recientes números de las encuestas presidenciales. Si entiendo bien, AMLO va a la cabeza con una cómoda ventaja, seguido de lejos por Anaya y ni qué decir de Meade perdido en su laberinto. Margarita dice que ganará la elección.
Ricardo Anaya está de pie, pero noqueado, como los boxeadores tocados por sus rivales. Desorientado por los golpes que ha recibido, Anaya no sabe a dónde responder ni cómo hacerlo, sus seconds se encuentran tan desorientados como él. Por lo demás, Anaya tiene apenas una oportunidad de reacción, pero no se ve dónde ni cómo. Según entiendo, las campañas necesitan un estratega y Anaya no lo tiene. La verdad ha resultado una decepción, se defiende de las embestidas priistas con desesperación, tiene miedo, no ataca. Va a la contienda en busca de nada que no sea un autoengaño: ganaré. No ganará.
Meade es el ejemplo mayor del autoengaño. No recuerdo candidato priista más débil, flojo, incapaz de conectar con la sociedad que Meade. Como se dice en la jerga del beisbol: no trae nada en la manopla. Meade parece siempre cansado, sin saber qué hacer, errático aun cuando podría ser el más potente de todos los candidatos no tiene carácter. No ganará.
Margarita es el emblema del autoengaño. Ha llegado a la boleta un poco sin saber para qué, cuándo, cómo. La pregunta fundamental de su vida es la siguiente: ¿quiero que gane López Obrador? Si la respuesta es afirmativa, está en el camino correcto; si no, le espera un dilema ético, político, familiar. Al parecer ha decidido. No ganará.
López Obrador es el gran maestro del autoengaño. Su plataforma está llena de propuestas irrealizables. López Obrador está convencido de sus mentiras. Se trata del mitómano más peligroso, el que está seguro de que todo lo que desea se convertirá en realidad. Nada en la vida funciona así, pero López Obrador se encuentra cerca de lograr su obsesión. Si llega, el sueño se le volverá un dolor de cabeza. Un día, el autoengaño te busca, te encuentra, te confronta. Y luego viene el sexenio.
rafael.perezgay@milenio.com
Twitter: @RPerezGay
miércoles, 11 de abril de 2018
Malí, pastores del fin del mundo- Martín Caparrós
En Malí conviven 8 millones de ovejas, 9 millones de vacas y 10 millones de cabras. De aproximadamente la mitad de ese ganado depende la existencia de un millón de pastores nómadas, que recorren esta árida región del Sahel en busca de alimento para los animales. Durante 10 días, el cronista Martín Caparrós y el fotógrafo Samuel Aranda acompañaron a la comunidad fula para documentar la vida imperturbable de unos migrantes cuyo viaje no termina nunca.
LE PREGUNTO cuántos kilómetros recorren cada día y me dice que así no sabe, que no son kilómetros. No sé, no son kilómetros, me dice; cuando estamos cansados o vemos que los animales están cansados, sabemos que ya hemos llegado, y buscamos un lugar para pasar la noche./
Hubo tiempos en que nunca nadie se quedaba quieto: ser nómada era la condición de cualquier hombre. Esos tiempos, para los más, pasaron hace tanto. Quedan, aquí y allá, unos pocos.
Aquí, decíamos: en África.
SAMUEL ARANDA
2.
TRISCAR: el verbo es triscar, pero ya no se usa. Triscar es lo que hacen la cabra, la oveja, la vaca cuando mordisquean un campo más bien magro, austero, y rebuscan su alimento a base de tesón. Nuestras sociedades ya no piensan así: su imagen de una vaca comiendo –su imagen de sí mismas– es un camión que trae unos fardos de pienso a un establo con luz eléctrica e hilo musical. Pero el mundo está lleno de personas que triscan, y animales que triscan, y personas que dependen de que sus animales trisquen. Los que lo tienen más duro son los nómadas: los que se mueven día tras día para que sus animales puedan aprovechar la poca hierba que sus tierras ofrecen. Son los que van a buscarse la vida un poco más allá, siempre más allá, el migrante más definitivo: un migrante que no llega nunca, que no termina nunca de migrar.
SAMUEL ARANDA3.
MALÍ es un país grande como dos Españas donde viven 8 millones de ovejas, 9 millones de vacas, 10 millones de cabras,
un millón de burros, 15 millones de personas. Pero no es fácil alimentarlos. Malí es un país árido: casi todo su territorio es parte del Sahel, ese semidesierto que atraviesa África de un océano a otro. Llueve poco; la estación de las aguas va de junio a septiembre; el resto del tiempo, la lluvia es un recuerdo, una esperanza. Por eso, para seguir el rastro de los pastos, la mitad de esos animales está en manos de un millón de pastores nómadas. Muchos de esos pastores pertenecen a una cultura que se ha extendido desde hace siglos por toda la región: los fula, que también llaman fulani, o también peul.
SAMUEL ARANDA4.
CUANDO les preguntaba qué les gustaba de ser nómadas esperaba palabras flameadas por el viento, la libertad, la tradición, la tierra. Pero Baïdy, primero, me dijo que lo que le gustaba es que así encuentra los pastos y ve que sus animales comen, engordan, están bien, los ve contentos. Eso me dijo –y eso repitieron, día tras día, tantos otros. Pero también escuché la tristeza de Kandé cuando me dijo, en voz muy baja, como quien habla sin hablar:
–Y pensar que en unos días vamos a tener que deshacer todo esto.
Y señaló sus chozas, el campamento alrededor.
–Es duro hacer sabiendo que vas a deshacer.
A veces envidio a esos que hacen de una vez. Me dijo, y que ellos tienen que hacer las cosas de otra manera, siempre de otra manera, no para tenerlas sino para dejarlas.
SAMUEL ARANDA5.
LE PREGUNTO desde cuándo hace este camino.
–Desde mucho antes de nacer, ya desde mis mayores.
Me contesta Harouna, sus 70 años. Harouna es el jefe de una familia grande, el aire distinguido, sus anillos, y dice que cuando él empezó a hacer estos viajes no había rutas sino pistas en el monte, no había coches ni motos sino carros y burros. Que entonces había hienas, leopardos y leones en lugar de gendarmes. Que entonces no había plástico para hacer chozas, que todo era de paja; que entonces no había arroz, sólo cuscús y leche. Que entonces la vida de las mujeres era mucho más dura, porque no había molinos para moler el grano; que cuando iban a vender la leche tenían que caminar muchos kilómetros y ahora pueden subirse a algún camión. Que entonces los pastores se juntaban pero que ahora cada cual se busca su rincón, porque los pastos escasean. Que entonces a veces aparecían los blancos y te decían qué hacer y qué no hacer; que quizá tenían razón, quién sabe, quizá no. Que entonces los tiempos no eran mejores ni peores; que eran otros, dice Harouna, y que un pastor sigue siendo un pastor y las ovejas las ovejas, pero su hijo Mahel, 45, no tan diplomático, se queja: que cada vez hay más personas, que los pueblos crecen, que los agricultores copan todo; que a los pastores nómadas la tierra se les va, se les escapa.
SAMUEL ARANDA6.
BAÍDY SOW nació hace 50 años en un pueblo de Mauritania que se llama Tana y es flaco como un palo, la cara amable,
el pelo enrevesado. Baïdy es el mayor de esta familia y entonces es el jefe del campamento –y dice que, a veces, ser jefe
le pesa: saber que la comida de todos depende de sus decisiones. Baïdy y su gente salieron de su zona, bien al norte, hace más de dos meses y acamparán aquí mientras los pozos y los pastos duren.
–Si quieres ser un buen pastor lo más importante es querer a los tuyos.
Dice Baïdy, para decir sus animales.
–Hay que buscar los buenos pastos para alimentarlos, ocuparse de ellos cuando están enfermos; si no tienen buenos pastos se enferman mucho más. Sólo cuando están bien se reproducen bien, dan leche buena, y entonces puedes vender las crías y la leche y ganarte unos francos. Pero nunca hay que vender demasiado: lo importante es tener tu rebaño, conservar y aumentar tu rebaño. Nosotros no somos nada sin los animales.
Dice Baïdy, sereno. Baïdy tiene unas 100 ovejas, 150 cabras, treinta y tantas vacas. No todos los animales son suyos: muchos son de otros dueños, que le pagan –en crías– por cuidarlos.
SAMUEL ARANDA7.
KANDÉ DIALLO dice que qué pena que no hayamos llegado 10 días antes porque habríamos podido sacarle una foto, que quedara una foto. Habla de Mariama, su segunda esposa, que acaba de morirse. Le pregunto por qué fue.
–Porque sus días se habían terminado.
Me dice y, después, que estaba embarazada de su primer hijo, que se sintió mal y la llevaron al centro de salud de Kayes; que tenía 15 años. Se habían casado cuando ella tenía 12. Ahora Kandé me dice que está triste, y que sabe que la va a olvidar: Yo sé que me voy a ir olvidando de su cara, dice. Está bien, porque los vivos son los vivos y los muertos, los muertos, dice. Está bien, es lo que Alá ha querido, pero duele.Kandé no sabe si se va a volver a casar: dice que esas cosas no dependen de uno, que quién sabe si va a recibir alguna oferta de algún pariente y ya verá pero que, de todos modos, ya tiene su primera esposa, sus tres hijos. Le pregunto si se vive mejor con una mujer o con dos; Kandé dice que para un pastor es mejor tener dos, porque, para empezar, va a haber más hijos. Y, además, si una esposa se tiene que ir a un pueblo a vender leche, la otra puede quedarse con
los niños, cocinar, limpiar, hacer lo suyo.
SAMUEL ARANDA8.
NO TIENEN electricidad ni agua corriente ni ningún libro ni ninguna revista ni un colchón ni saleros ni llaves ni corbatas ni una televisión ni una nevera ni vacaciones ni feriados ni café ni atascos ni ascensores ni escaleras ni platos ni cucharas ni compañeros del colegio ni pañuelos ni vencimientos ni una cocina ni una casa ni floreros ni cuentas en un banco ni gaseosas ni chocolates ni rompecabezas ni cumpleaños ni edad precisa ni un futuro distinto ni un pasado distinto ni sushi ni patatas ni ordenadores ni lámparas ni mar: ninguno nunca ha visto un mar.
Ahora ser nómada es una anomalía, una supervivencia. Ahora ser nómada es, para algunos, una necesidad. O una condena o un orgullo o algo tan natural que no parece ni condena ni orgullo ni necesidad: una forma de vida.
SAMUEL ARANDAviernes, 6 de abril de 2018
LA BIBLIOTECA DE PIGMENTOS DE HARVARD, LA MÁS GRANDE DEL MUNDO
ALEJANDRO GAMERO — 28/03/2018
Una pieza de rara piedra lapislázuli de las canteras de Afganistán, secreciones del caracol Bolinus Brandaris, cuerpos secos de los pequeños insectos Coccus ilicis, o una bola de «amarillo indio» hecha con la orina de vacas alimentadas solo con hojas de mango. No, no es un gabinete de curiosidades. Estas y otras fantásticas rarezas solo algunos de los extraños tesoros que se encuentran en la colección de 2.500 pigmentos del Centro Strauss para la Conservación y Estudios Técnicos de Harvard. Esta extravagante colección de materiales tan dispares provenientes de todas partes del mundo, algunos de los cuales datan de más de cien años, representa la materia prima a partir de la cual se fabricaban tradicionalmente los pigmentos y los tintes antes de que existieran los pigmentos sintéticos.
Una rica tonalidad azul preparada al poner a tierra la preciosa piedra de lapislázuli extraída de las canteras de Afganistán.
La famosa Biblioteca de Pigmentos de Forbes fue compilada por Edward W. Forbes, ex director del Museo de Arte Fogg, entre 1910 y 1944. El interés de Forbes por los pigmentos y su preservación comenzó con la compra, durante un viaje a Italia en 1899, de La Virgen con niño y Santos de Fra Filippo Lippi. Forbes se dio cuenta de que la pintura, como con todas las primeras pinturas italianas de su colección, se deterioraba rápidamente, lo que lo impulsó a comenzar una apasionada exploración del proceso de cómo se hacían las pinturas. Esa pasión lo llevó a su colección de materiales relacionados con la creación y restauración del arte.
Otro pigmento valiosísimo conocido como púrpura de Tyria, que se prepara a partir de la secreción del caracol de mar Bolinus brandaris. Su alto coste lo convirtió en un símbolo de estatus. Los emperadores bizantinos prohibieron a cualquier persona ajena a la corte imperial usar el tinte violeta, otorgándole la distinción «púrpura real».
A fines de la década de 1920, Forbes había acumulado una enorme colección de pigmentos que había adquirido de sus viajes a Europa y al Lejano Oriente. Mientras estuvo en la India, por ejemplo, recolectó «amarillo indio», que se usó durante siglos y dejó de fabricarse porque el proceso era dañino para las vacas. En Afganistán adquirió la preciosa piedra de lapislázuli, que en tiempos medievales era seis veces más valiosa que el oro. También trajo consigo pepitas de pigmentos de artistas descubiertas en la excavación de Pompeya.
Los artistas a menudo se arriesgaban a crear sus obras usando pigmentos venenosos, como el verde esmeralda, usado para obtener el color perfecto.
Cuando Forbes fundó el Centro de Conservación y Estudios Técnicos en 1928, tenía más de 1,000 pigmentos en su colección. Hoy en día, tiene más de 2.500 muestras y es conocido por toda la comunidad artística. Sus fondos no solo ofrecen una panorámica completísima del color y de la historia de los pigmentos sino que permite a los expertos investigar, autentificar y restaurar pinturas.
El realgar rojo-naranja se deriva de minerales de sulfuro de arsénico.
Antes de la renovación y expansión de los museos, la mayor parte de estos materiales se había almacenado fuera del alcance del público. Ahora se muestran en uno de los edificios de los Harvard Art Museums, en hileras de gabinetes de vidrio, con sus contenidos almacenados en sus delicados envases de vidrio originales, como si de una colorida farmacia antigua se tratara. Además, si no tienes la ocasión de hacer esta interesante visita, siempre puedes acceder a la enciclopedia online del Museum of Fine Arts, Boston’s Conservation & Art Materials.
Kermes es un pigmento creado al moler diminutas ampollas producidas por los insectos Coccus ilicis. Kermes es también la fuente de la palabra «carmesí».
Estos pequeños copos metálicos pueden dar a las obras de arte un acabado brillante.
Fuentes: Harvard Art Museum y Harvard Gazette.
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