El País semanal
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Otra vuelta de tuerca en las obsesiones de Pedro Almodóvar.
'La piel que habito', su película más negra y opresiva, se estrena el 2
de septiembre. No dejará indiferente a nadie. Aquí nos habla de los
laberintos que le dan vértigo.
Es el director de cine español de mayor reconocimiento
mundial. Cada estreno de una de sus películas se convierte en un
acontecimiento en la industria cinematográfica nacional e internacional.
En esta entrevista, Pedro Almodóvar -que está a punto de estrenar su
largometraje número 18, 'La piel que habito', probablemente su película
más sombría y dura- se explaya sobre temas de actualidad, desde la
previsible victoria electoral de la derecha hasta el Movimiento 15-M, la
reivindicación de la memoria histórica, el agobio de la proliferación
de paparazzi aficionados y la necesidad de proteger con mayor convicción
legal al autor frente a la piratería.
Usted escribió en la promoción de esta película sobre la
importancia de una frase de Elías Canetti de 'El libro de los muertos':
"... el interrumpido ir y venir del tigre ante los barrotes de su jaula
para que no se le escape el único y brevísimo instante de su salvación",
en referencia a la actitud del personaje de Elena Anaya, prisionera
desde hace años en una jaula de oro. Sin embargo, esa sensación de vivir
encerrado también se podría aplicar a su propia vida, condicionando la
evolución de sus películas, que de aquellas comedias iniciales ha pasado
a un cine más dramático.
Pero yo no estoy
cautivo, o si lo estoy es de mí mismo. Y si busco incesantemente una
rendija por la que evadirme, se debe a que continuamente busco elementos
que me inspiren y me estimulen a contar nuevas historias. Y ese ir y
venir forma parte de mi vida y mi trabajo. Pero no hay barrotes, o si
los hay son meramente biológicos. El paso del tiempo. Respecto a La piel
que habito, es cierto que probablemente sea la película más negra que
haya hecho hasta la fecha. A pesar de que tiene lo más parecido a un
final feliz. Pero hay una zona de la película en que el género dominante
es el terror, pero un terror de verdad, sin artificio, sin sangre, ni
sustos, nada que ver con la manera en que ahora se hace este género. Y
esa zona terrorífica pesa mucho sobre la emoción que experimenta el
espectador al verla. Al menos entre los cientos con los que he tenido la
ocasión de hablar, casi todos periodistas. Pero no es una película
sombría. Hay mucha luz, no he querido recurrir a una estética
expresionista con sombras recortando las paredes, etcétera. He buscado
mi propio camino, que justamente no es el de las sombras. En esto tengo
que agradecerle a José Luis Alcaine el magistral trabajo como director
de fotografía. Se merece el premio que le dieron en el Festival de
Cannes a la película con mejor fotografía del festival.
Una de las características de su cine es la mezcla de géneros.
Esa mezcla también se da en La piel... La película transita entre el
drama, el cine de anticipación científica, el thriller, el terror y el
melodrama. Sin renunciar del todo al humor, que también lo hay y siempre
lo habrá. Eso es marca de la casa.
Una mezcla de
géneros en la que no respeta las reglas de ninguno de ellos. En esta
nueva obra tienen especial presencia las pantallas y los circuitos de
televisión interna. ¿Significa eso un reconocimiento a los tiempos que
vivimos en los que se ha perdido completamente la inocencia de la mirada
en aras de un obsesivo control?
Lo que yo quería subrayar es
que vivimos rodeados de pantallas, de imágenes en movimiento, tanto en
la calle como dentro de nuestras casas. O dentro de nuestros
ordenadores. El ordenador se ha convertido en un artefacto dentro del
que vivimos, que nos refleja y por el que no solo entra la realidad,
sino que nos sirve para relacionarnos con los demás, aunque también
puedan controlar nuestra intimidad a través de él, y sin pedir permiso.
El peligro de vivir al desnudo frente a todos estos artefactos es una
sensación real. Pero para un director, esta masiva proliferación de
imágenes en movimiento, como cotidianidad absoluta, es muy interesante.
Porque la imagen es nuestro instrumento de trabajo, y ahora mismo, para
un narrador, o para la policía o para los detectives, oficios que se
parecen mucho al de narrador de historias, se han enriquecido
enormemente las herramientas que utilizamos y los modos de investigar /
documentar/ desarrollar una historia. Bien es cierto que el control que
se puede hacer de las andanzas de cualquier persona, en los tiempos que
corren, es exhaustivo. Desde que sale de su casa hasta que vuelve. Hemos
perdido grandes dosis de intimidad. El personaje de mi película no
tiene ninguna. Está siendo siempre observada como un ratoncillo con el
que se está experimentando. Además de las imágenes de control, con
pantallas en blanco y negro en la cocina, está el inmenso plasma que
tiene el doctor Ledgard, el personaje de Antonio, que le ocupa la mitad
de la pared que da a la habitación de Vera-Elena. Mi intención es dar la
impresión de que casi viven juntos. Y cuando Antonio atrae la imagen
hacia sí con un zoom y el rostro de Elena es tan grande como las tres
cuartas partes de Antonio, quiero decir que aunque él sea el dueño de
las llaves, Elena es la que está controlando la relación. Los distintos
tamaños de las pantallas donde aparece ella tienen un interés puramente
narrativo, además de representar la vida misma.
Hablando de imágenes robadas, ¿qué opinión le merecen los 'paparazzi'?
No son santo de mi devoción, a no ser que te llames Ron Galella.
Pero eso es algo que solo se descubre 'a posteriori'.
Es
verdad. Cuando fotografiaba a Jacqueline Kennedy por la calle, no creo
que ella imaginara que esas fotos iban a ser colgadas en los museos del
siglo XXI.
Si hubiera hecho hoy 'Mujeres al borde de un ataque de nervios', tendría que haber utilizado los teléfonos móviles.
Ese
es el peor tipo de paparazzi, el que te encuentras por la calle a
cualquier hora del día o de la noche y te graba y te fotografía, sin
llamar antes a un maquillador y a una peluquera. Yo soy un tipo cercano,
estoy dispuesto a hablar con toda la gente que me encuentro por la
calle. Me gusta. Tengo muy buena relación con el caminante urbano. Pero
hay días en que no soporto más de 10 irrupciones, con foto incluida.
¿Cree que eso repercute en su cine o en su vida?
No,
hombre. Repercute en la longitud de mi zancada, en el ritmo de mi
caminata. Ten en cuenta que es el único deporte que hago, caminar. Ya
estoy en ese plan. Pensando en el ritmo cardiaco y en la tensión
arterial. Tengo máquinas en casa, pero prefiero que me dé el aire. Ya
vivo con un gato, y estoy a punto de comprarme un perro para que me
saque a pasear. Yo mismo estoy sorprendido de estos cambios.
Muchos
cambios desde que subía al escenario de Rockola cantando con Fabio
McNamara 'Me voy a Usera' en bata de boatiné y un grueso collar de
perlas de bisutería.
No entiendo de piedras
preciosas. Siempre he preferido la bisutería. Pues sí, muchos cambios y
muchos años. Treinta. Estoy muy orgulloso de la bata de boatiné, y del
perrerío de las noches y los días de la década de los ochenta, pero si
hubiera seguido así no estaríamos haciendo esta entrevista.
También su cine ha cambiado.
Gracias.
Quiero decir que de aquellas comedias disparatadas a la negrura de 'La piel que habito' hay un abismo.
Puede
ser. Yo he llegado a La piel que habito de un modo natural, día a día.
Película a película. Para mí es un cambio tan natural como el biológico.
Me alegro de que mi cine haya cambiado. Reconozco que las historias que
ahora cuento son más graves que las de hace 30 años. Es lo que me sale,
pero hay cosas que no han cambiado, quiero ser entendido, que mis
películas se entiendan, a pesar de sus complejidades, y quiero ser ante
todo y sobre todo entretenido. Desde Pepi... hasta La piel... Es cierto
que además no hago ninguna concesión, que hago lo que quiero hacer y
como quiero hacerlo. Y a veces eso es un reto para mí y para el
espectador. Necesito un espectador vivo, despierto, sin prejuicios y
dispuesto a sorprenderse con alegría ante los giros imprevistos. Y
aunque mi paleta se haya ensombrecido, son justamente las películas más
oscuras, las que he rodado esta última década, las que mayor prestigio y
reputación me han dado internacionalmente. Lo digo como mera
información, sin engreimiento. Tal vez fuera de aquí, como no soy de la
familia, valoren mejor los cambios.
En 'La
piel que habito', la familia de Marisa Paredes y sus dos hijos son
originarios de Brasil, un país que elige porque no tiene una tradición
judeocristiana. 'La mala educación' es una clara muestra de lo que
supone una educación cristiana. Ahora vivimos tiempos en los que se
vislumbra un nuevo triunfo electoral de la derecha, de la que la imagen
más inquietante es esa de María Dolores de Cospedal en la procesión del
Corpus de Toledo. ¿Le preocupa el porvenir inmediato?
Te
sorprenderás, pero me gusta la mantilla. En La Mancha es muy popular,
mis hermanas se ponen mantilla en Semana Santa y yo mismo tengo una foto
preciosa, de adolescente, con mis dos hermanas vestidas de negro y con
mantilla, que guardo como oro en paño. No quiero ser agorero y mucho
menos jugar a futurólogo en un momento en que todo cambia en cuestión de
horas. Cada día ocurre algo importante, un día dimite Camps, al día
siguiente muere Amy Winehouse, la junta directiva de la SGAE está
dispuesta a cambiar sus estatutos y hacernos partícipes a todos los
miembros, y poco después salen siete miembros de la misma junta
directiva negándolo; un día, el PP aventaja en más de diez puntos al
PSOE y en este instante la diferencia se acorta en tres puntos por el
efecto Rubalcaba; el Papa vuelve a enfrentarse con nuevos casos de
abusos y torturas en Irlanda, por enésima vez. Strauss-Kahn un día es un
cerdo, y al siguiente, una pobre víctima. Durante semanas ha estado
condenado al más indigno ostracismo, y de pronto la mitad del pueblo
francés desea que vuelva a la política. El tabloide The News of the
World cierra por un escándalo de espionaje salvaje, con ramificaciones
que implican a políticos ingleses, la policía, Scotland Yard... y el
propio señor Murdoch, por fin, muestra su verdadera y horrible faz. Es
imposible abarcar el presente, mucho menos determinar el futuro. ¿Que si
me preocupa? Por supuesto. Mucho. En este momento podemos hablar con
temor de la llegada de la derecha en laspróximas elecciones, pero no
quiero anticiparme. El presente va a toda hostia, arrastrando a su paso
antiguos miedos y nuevas esperanzas. Creo, por ejemplo, que el 15-M nos
ha traído a la izquierda española nuevas energías. Encuentro en la
ciudadanía mucha más conciencia y deseos de participar, y de unirse,
ojalá, que hace nueve meses. En las próximas semanas van a ocurrir
muchas cosas. Yo participaré en lo que pueda, pero estaré más centrado
en el estreno de La piel que habito en Europa y poco después en EE UU.
Me temo que gran parte de lo que acontezca en España este otoño me lo
perderé porque estaré un largo periodo en Nueva York y Los Ángeles. Pero
estaré al loro.
Otra de las críticas más
comunes a la etapa socialista es, precisamente, esa falta de voluntad
por aplicar la Ley de la Memoria Histórica. ¿Qué opina de esto?
Lo
han hecho muy mal. Cuando esa ley se aplicó en las distintas
comunidades, demostró su ineficacia y falta de reglamentación. A mí me
preocupa mucho el tema, no tengo ningún familiar cercano enterrado en
ninguna cuneta, pero me duelen mucho las dificultades y la ausencia de
ayudas que están recibiendo los familiares de las víctimas del
holocausto franquista. No se abren heridas, como dice la derecha, sino
que se cierran. Y es importante hacerlo ahora. Es un asunto que quedó
pendiente y es urgente y muy importante que se aborde de una vez, con
eficacia.
Y ya que lo ha mencionado antes,
¿qué le parece este otro movimiento grande, heterogéneo, espontáneo y
peculiar, pero muy curioso sociológicamente hablando, en el que se
juntan varias generaciones, que es el 15-M?
Creo
que afortunadamente tumba la idea del joven apolítico que teníamos hasta
ahora. Los chicos que han nacido en plena democracia se lo han
encontrado todo hecho, no guardan memoria de que a veces hay que luchar
para mejorar las propias condiciones de vida. Ese apoliticismo ocurría
más con la primera generación de la democracia, la generación que se ha
quedado viviendo con sus padres, sin necesidad de emanciparse ni a los
40 años. Sin embargo, los más jóvenes, sin previo aviso, se instalan un
día de mayo en la Puerta de Sol y nos demuestran que no son como sus
hermanos mayores. Son chicos preparados, pero sin perspectiva de futuro,
y no están dispuestos a marcharse a Alemania a trabajar, sino que se
reúnen en asamblea callejera para clamar por los problemas que les
afectan y que a los políticos parecen no preocuparles. Por fin, estos
miles de jóvenes han representado de modo emocionante la desafección que
muchos españoles sentimos como ellos, la falta de identificación con
los políticos que nos gobiernan, su repulsa a los desahucios, el modo en
que se aborda la solución de la crisis, su oposición al bipartidismo,
la necesidad de una nueva ley electoral, el empequeñecimiento de una
democracia que debe evolucionar para seguir siéndolo. El 15-M es nuestro
Mayo del 68, solo que aquí no se piden utopías, casi todo lo que
denuncian y reclaman es dramáticamente real, posible y necesario.
¿No estamos exagerando entre todos la importancia de este movimiento?
Puede
ser. Personalmente estoy dispuesto a cogerme a esa exageración como a
un clavo ardiendo. No es que el 15-M nos vaya a arreglar elfuturo, no es
un partido político, pero sí creo que han conseguido despertarnos. Es
muy importante la concienciación y la participación de la sociedad
civil. Creo que la solución está en el dinamismo de la ciudadanía.
Aunque Franco arruinó la idea del referéndum, hay muchos temas que los
políticos pueden consultar a los ciudadanos; la democracia no puede
consistir exclusivamente en que cada cuatro años vayamos a votar, en
casos como el actual, a dos partidos con los que no nos sentimos
identificados. En las relaciones de los políticos y la ciudadanía hay
que incorporar las nuevas tecnologías. Ya no sirve eso de "mejor no
hacer una consulta sobre este tema, porque no lo van a entender". Ese
paternalismo de los políticos no se puede mantener en la actualidad. La
vida se ha dinamizado enormemente. Y ese nuevo ritmo todavía no ha
llegado a la política. Y tienen que ponerse al día. Vivimos en pleno
torbellino de un cambio de época, y a cada uno le toca cambiar en lo
suyo. Da vértigo, pero no queda más remedio. El futuro nos ha cogido en
bragas. Y hay que espabilarse.
Enormes cambios
en el último momento, como se titulaba una novela de Grace Paley. Usted
también se ha distinguido en ese afán de refundar la SGAE después de
las noticias judiciales de este verano. Eso entronca con un problema
grave en España: la lucha contra la piratería. Parece que se ha
instalado la cultura de lo gratuito, pero, curiosamente, solo en los
terrenos de la cultura y el ocio...
El menosprecio
a la cultura y a sus creadores viene de antiguo. Me gustaría matizar la
relación de los creadores con Internet. En primer lugar, todos somos
internautas. Si yo estuviera empezando ahora, en vez de superochos,
haría vídeos que colgaría gratis en YouTube y me daría a conocer
globalmente sin necesidad de intermediarios. Y explotaría de felicidad
si un millón de internautas se hubieran descargado mi corto gratis. Esto
es un milagro con el que no podíamos ni soñar. Creo que este siglo se
diferencia del anterior por la irrupción de Internet en nuestras vidas.
Es algo tan importante que para medir el grado de libertad que existe en
un país, del mismo modo que en el siglo pasado era la libertad de
prensa, ahora la medida es el libre acceso a Internet, algo que no
ocurre en Cuba o en China. Internet ha conseguido que montones de
personas con problemas similares se pongan en contacto y se organicen,
por poner solo un pequeño ejemplo. Todo eso es maravilloso, pero hay
aspectos en la red que necesitan una regulación. El asunto de las
descargas ilegales.
Pero va a ser difícil modificar determinados hábitos que ya están tan arraigados...
Yo
entiendo que a los chicos que se han descargado todo tipo de materiales
gratis es muy difícil convencerles de que determinados contenidos
tienen un dueño, y que bajártelos alegremente equivale a un robo. Las
películas tienen un dueño, alguien ha pagado un montón de millones de
euros para producirlas. Pero además del perjuicio económico, que es
descomunal, a mí me preocupa el derecho moral de los autores. La gente
compra películas en la manta, o se las baja en el ordenador, con una
calidad técnica ínfima. Durante meses, un montón de gente, artistas y
técnicos, han dado lo mejor de sí mismos para crear un producto de
máxima calidad, independientemente de que la película sea buena o mala,
que al cliente de la manta le llega convertido en subproducto: imágenes
oscuras, sin foco, con gente que pasa por delante de la pantalla, el
sonido desincronizado, etcétera. Se me cae el alma a los pies. Nadie
tiene en cuenta el derecho moral del autor de que su obra se vea tal
cual fue concebida. El autor tiene que añadirse a una larga lista de
"los seres más desprotegidos" de esta sociedad. La antigua lucha contra
la censura se ha sustituido por la lucha contra la infracalidad a que se
ven condenadas las películas pirateadas. Y no es cierto que la Red haya
terminado con el mercado, que todo es gratis y que todos salimos
ganando, y que nadie se está lucrando. Eso es una falacia. Con las
descargas ilegales, algunos están ganando mucho dinero, y no son los
dueños de los contenidos, sino las operadoras telefónicas que venden al
usuario las herramientas para poder descargarse todo. Y esto solo puede
impedirse desde el Gobierno. Y no lo han hecho, como tantas cosas, por
una razón muy sencilla: el miedo. Para la industria cinematográfica, las
descargas son un verdadero cáncer.
'La piel
que habito' supone también el reencuentro con Antonio Banderas, con el
que no había vuelto a trabajar desde 'Átame', un largo periodo en el
que, además, los dos se han internacionalizado. En la película, Banderas
tiene un extraordinario sentido de la contención, apenas mueve un
músculo de la cara. ¿Cómo resultó trabajar de nuevo con él?
No
mueve ningún músculo porque así se lo impuse. Antonio es muy expresivo y
aquí le pedí lo contrario. Desde el principio había decidido que como
la historia de La piel... es tan bestia, el tono debía ser muy austero.
Aséptico. Y Antonio se ajustó perfectamente a lo que le pedía. Se
sorprendió al principio, pero se sometió de inmediato. Recuerdo que
durante la preparación le di un DVD de Círculo rojo, de Jean-Pierre
Melville, uno de mis directores fetiche. Mucho antes que el irregular
Kitano, Melville ya había inventado el silencio de los violentos y la
inexpresividad facial. Los actores de Círculo rojo, una banda de
sofisticados ladrones y policías obsesivos, esos sí que no mueven un
solo músculo de la cara. Antonio lo entendió enseguida. Su personaje es
un psicópata, el psicópata por definición está incapacitado para ponerse
en el lugar del otro, por eso es capaz de las mayores atrocidades,
porque no tiene conciencia del dolor. No sabe lo que es. Y para expresar
esa incapacidad, lo mejor era vaciar el rostro de todo tipo de emoción,
por mínima que fuera. Antonio no debía mostrar el menor sentimiento.
Hasta que se enamora de Elena. El amor lo humaniza.
Con Jan
Cornet, que interpreta el papel de Vicente, utilicé una fotografía muy
especial que había aparecido en los periódicos cuando estábamos
ensayando. Al personaje de Vicente le ocurre algo terrorífico, que no
vamos a desvelar. No conozco a nadie al que le haya ocurrido nada
semejante. Por lo que no podía ponerle a Jan un ejemplo real como
referencia. Su rostro debía estar invadido por el miedo, un miedo
absoluto, consustancial a su piel, algo que se ha instalado en sus ojos
desde hacía tiempo. En realidad utilicé como referencia dos fotos; en
una se veía una cogida del torero Julio Aparicio; se veía claramente
cómo uno de los cuernos le atravesaba la barbilla y le salía por la
boca. La otra foto, la que le puse realmente como referencia, estaba
tomada dos semanas más tarde. Con esa capacidad sobrehumana de
recuperación que solo poseen los deportistas y los toreros, Julio
Aparicio salía por su propio pie del hospital. Contento, por supuesto,
pero en sus ojos había algo que está más allá del miedo.
En su película hay también algo del Hitchcock de 'Vértigo'...
Si
eres director, la influencia de Hitchcock es inevitable. Hitchcock es
el gran padre del cine, y Vértigo, una película madre de muchas
películas. En toda historia en la que un hombre intente modificar a una
mujer, ya está incluida Vértigo. Yo recibo con alegría esa referencia.
Para mí, además, la obsesión de James Stewart de darle forma a una nueva
Kim Novak representa la obsesión del director con el aspecto de los
actores. Nada representa más a un director, al menos a mí, que James
Stewart cambiando el color y el peinado de Kim Novak, o acompañándola de
tiendas y decidiendo qué tipo de ropa debe llevar. Me veo a mí mismo
con Penélope o con Elena Anaya. Respecto a la imagen del director,
también me identifico mucho con Luis Aragonés o Pep Guardiola. El
lenguaje corporal del entrenador de fútbol cuando está viendo un
partido, esa tensión y concentración absoluta es la misma que siento
cuando estoy rodando. No soy futbolero, pero cuando veo una foto de
ellos me reconozco a mí mismo.
Por cierto,
recuerdo el enorme interés que tiene Mortier para que dirija una ópera
en el Real. ¿No se lo ha planteado seriamente?
No
me siento capacitado, no sé lo suficiente de ópera, no soy lo
suficientemente fanático para entrar en la convención. Me preocupa la
inmovilidad del espectáculo, la edad y las hechuras de los cantantes.
Aunque debo confesar que he visto una ópera de Shostakóvich, The nose
(La nariz), en el Metropolitan de Nueva York, la misma producción que ha
triunfado, creo, en el pasado Festival de Aviñón, que desdice todo lo
que afirmo. Es el espectáculo más dinámico que haya vistojamás sobre un
escenario. Algo maravilloso. Está dirigida, y se ha hecho también cargo
de la escenografía, por el artista William Kentridge. Si dirijo ópera
algún día, sería con la condición de que este hombre se ocupara de los
decorados y todo lo que apareciera sobre el escenario. Pero antes creo
que debería dirigir teatro. Es algo que todavía tengo pendiente.
Pero no lo hace porque no quiere.
Cada
día lo veo más cerca. De todos modos, creo que esta película me ha
quitado un lastre. Me siento más ligero, más próximo a emprender nuevos
proyectos lejos de Madrid, en otra lengua.
¿En EE UU? ¿Han vuelto a tirarle los tejos?
No, es un proyecto que yo mismo genero.
Usted ya había recibido muchas propuestas de Hollywood...
Sí,
pero en esta ocasión, y por primera vez, tengo un proyecto propio, que
me gusta mucho y que ya está bastante avanzado, cuya lengua es el
inglés. Podría ser el próximo, pero con producción nuestra, quiero
decir, europea.
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