La vida continua (Mark Strand)
¿Qué fue de aquellas casas en el barrio, inundadas
por una luz de plata, de los chicos agachados entre los arbustos,
observando a los grandes en busca de señales de rendición,
señales de que el irregular placer de desplazarse
de un día al otro, de estar a la deriva en la marea del deber,
ha seguido su cauce natural? Padres, confiésenles
a sus hijitos que la noche está muy lejos
y que a ustedes les gusta lo mundano cada vez más; explíquenles
que ha comenzado apenas su culto a las tareas del hogar;
describan la belleza de palas y rastrillos, trapeadores y escobas;
díganles que siempre habrá más cosas por limpiar y cocinar,
que una cosa conduce a la siguiente, y que ésta lleva a otra;
cuéntenles que se vive entre dos grandes oscuridades, la primera
se termina y la segunda no, que la mayor fortuna
es la de haber nacido, que se vive en una ráfaga borrosa
de horas y días, meses y años, y uno cree
que eso tiene sentido, a pesar del temor ocasional
de que uno se va a ir sin nada terminado, nada
para probar que uno existió. Díganles a los chicos que entren,
que ustedes siguen en la búsqueda de algo que han perdido: un nombre,
un álbum familiar que se precipitó de su minucia
a otra minucia, una porción de oscuridad que podría haber sido
de ustedes: no lo saben muy bien. Díganles que cada uno intenta
mantenerse ocupado, aprender a inclinarse y escuchar
la descuidada respiración de la tierra, sentir cómo les sobreviene
la languidez que les ofrece, oleada tras oleada, provocando
pequeños temblores amorosos en su breve
e innegable ser, en sus días, y más allá.
por una luz de plata, de los chicos agachados entre los arbustos,
observando a los grandes en busca de señales de rendición,
señales de que el irregular placer de desplazarse
de un día al otro, de estar a la deriva en la marea del deber,
ha seguido su cauce natural? Padres, confiésenles
a sus hijitos que la noche está muy lejos
y que a ustedes les gusta lo mundano cada vez más; explíquenles
que ha comenzado apenas su culto a las tareas del hogar;
describan la belleza de palas y rastrillos, trapeadores y escobas;
díganles que siempre habrá más cosas por limpiar y cocinar,
que una cosa conduce a la siguiente, y que ésta lleva a otra;
cuéntenles que se vive entre dos grandes oscuridades, la primera
se termina y la segunda no, que la mayor fortuna
es la de haber nacido, que se vive en una ráfaga borrosa
de horas y días, meses y años, y uno cree
que eso tiene sentido, a pesar del temor ocasional
de que uno se va a ir sin nada terminado, nada
para probar que uno existió. Díganles a los chicos que entren,
que ustedes siguen en la búsqueda de algo que han perdido: un nombre,
un álbum familiar que se precipitó de su minucia
a otra minucia, una porción de oscuridad que podría haber sido
de ustedes: no lo saben muy bien. Díganles que cada uno intenta
mantenerse ocupado, aprender a inclinarse y escuchar
la descuidada respiración de la tierra, sentir cómo les sobreviene
la languidez que les ofrece, oleada tras oleada, provocando
pequeños temblores amorosos en su breve
e innegable ser, en sus días, y más allá.
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