Comúnmente asociamos a los niños con juguetes, columpios, payasos y alguno que otro capricho; y con adolescentes lo hacemos con cambios físicos, crecimiento y conflictos emocionales internos, los cuales son naturales en estas etapas.
No obstante, hay otro mundo en donde los jóvenes han incurrido en asuntos que, según considera la mayoría, no les pertenece, porque su destino natural de vida va por otro camino. Pero no podemos negar la realidad, pues hay jóvenes e infantes que han decidido tomar las armas y matar a sangre fría sin ningún remordimiento. Se trata de asesinos, criminales, delincuentes, o como se quiera llamarlos, pero que definitivamente ya no son aquellos seres inocentes.
Esta terrible realidad la presenta el reconocido periodista Julio Scherer García en Niños en el crimen (novedad de Grijalbo), que es resultado del trabajo de reportero que ha realizado en la Comunidad de Tratamiento Especializado para Adolescentes en el Distrito Federal. Fue testigo del sitio a donde llegan aquellos menores de edad que han cometido algún delito: secuestro, homicidio, robo, narcomenudeo. Muchos de ellos provienen de familias disfuncionales, de una sociedad que los juzga, y de un gobierno que los ignora. ¿Qué oculta el alma del niño asesino? Se pregunta Julio Scherer al leer algunos expedientes de los internos, quienes «asesinan sin noción del significado de la muerte, y matan en la conciencia de la vida».
A su vez, el periodista nos confronta con la existencia de una generación que ha desbordado las fronteras de lo humano. Son jóvenes perdidos, sí, que según nos han dicho podrían volver a encontrar el camino si son atendidos adecuadamente. Sin embargo, esto no sucede: ni cuando están dentro de la sociedad ni cuando son enviados a rehabilitarse a la Comunidad de Tratamiento Especializado para Adolescentes, donde pasarán 4 o 5 años encerrados.
En suma, Niños en el crimen nos hace reflexionar lo siguiente: ¿queremos seguir fomentando la violencia tanto en nuestros hogares como en la calle?; ¿queremos seguir estando ciegos de una realidad evidente?; ¿cuánto más podemos soportar esta situación? O, como lo diría Julio Scherer, con su gran estilo narrativo:
«Puede haber un domingo blanco en el país. El dato poco importa. Seguirán los lunes, los martes, los miércoles, los jueves, los viernes, los sábados rojos. La criminalidad puede ascender o descender. Tampoco importa. La delincuencia persiste y un sentimiento de inseguridad prevalece en la nación.»
El autor, asombrado de lo que observó, concluye el libro con el siguiente diálogo con el director general del centro:
«―Usted me ha hecho un daño inmenso ―le digo [a Hazael Ruiz].
»―¿Por qué?
»―Ha permitido que vea un dolor que no se quiere ver, del que no se habla ―me exijo una explicación inútil―. El país está en hambre cero mientras la tragedia cunde entre los menores delincuentes. Ya son millones, doctor.»
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