martes, 5 de agosto de 2014

Tom en el granero Reseña EN FILME



Por Jaqueline Avila (@franzkie_)
"Si un cuerpo encuentra a otro cuerpo cuando van entre el centeno…”
- El guardián entre el centeno, J. D. Salinger

Si en Laurence Anyways (Xavier Dolan, 2012), la femenina amante, Fred (Suzanne Clément), le escribía versos del poema La libertad  de Paul Éluard a su amado, el transexual, Laurence (Melvil Poupaud), sobre su espalda, para marcar su llegada –y permanencia–, en el inicio de Tom en el granero, las letras manuscritas en tinta azul plasmadas sobre una servilleta, despiden al amante: “Hoy una parte de mí ha muerto y no puedo llorar, porque olvidé todos los sinónimos de la tristeza.” A continuación, aparece un amplio campo iluminado por la luz dorada del sol que se despide de su cenit. El ruido de un coche irrumpe el apacible paisaje. Su ocupante, Tom (Xavier Dolan), cigarro en mano, se mueve rápidamente y con determinación por la recta carretera que parte el campo en dos y que desemboca en una granja.


Cuando Tom llega a su destino, la luz de oro del sol se ha extinguido. La granja, enclavada en el centro de la provincia canadiense está envuelta por un color gris, por húmeda niebla. Y a diferencia de lo que Tom puede pensar, ahí él no es esperado. El joven que dejó su ciudad natal en Montreal para asistir al funeral de su amado Guillaume, cuya familia nunca conoció, ahora está sentado en la cocina de su suegra, Agathe (Lise Roy), que ni siquiera sabe que su hijo era gay. El hermano de Guillaume, Francis (Pierre-Yves Cardenal), pronto y enfáticamente, le hace saber a Tom que, al menos en el recuerdo, su hermano debe seguir siendo heterosexual… a toda costa.

Con su cuarto largometraje, el joven cineasta canadiense, Xavier Dolan, da un paso deliberadamente al margen de la forma puesta en pantalla con su anterior trilogía cinematográfica de “amores imposibles” y/o disfuncionales (J'ai tué ma mère, 2009;Les amours imaginaires, 2010; Laurence Anyways, 2012) . Y lo da con firmeza. Tom en el granero (Tom á la ferme, 2013) es un thriller psicológico narrado, en gran medida, de forma convencional, con una serie de guiños, por ejemplo, al suspense del cine de Hitchcock. Las canciones pop que acompañaban los anteriores largometrajes de Dolan–y que suponen una seductora utilización de la cultura pop, surgida del deseo de la autoconfirmación como cineasta joven, perteneciente a una generación que vive para sí misma– son suplantadas con opresivos silencios y con el palpitante terror que evocan las composiciones originales del músico libanés, Gabriel Yared (El paciente inglés, 1996; Das Leben der Anderen, 2006) para la cinta.

El hecho de que Tom en la granja pueda alinearse con varias de las convenciones del thriller, no significa que el canadiense se tope con limitantes para exaltar su propio estilo. Xavier Dolan entiende la tensión de una historia como la de Tom, llevándola al máximo impacto con medios reducidos: si se observa con detenimiento el rostro de Francis, el sentimiento de amenaza estalla con solo mirarlo; asimismo, el pánico es casi palpable cuando Tom corre a través de los campos de trigo para escapar de la violencia de su cuñado.

Dolan se hace cargo del papel principal de Tom en la granja –como en dos de sus películas anteriores (Yo maté a mi madre, Los amores imaginarios) –. La historia, que no fue originalmente concebida por el director, se basa en la obra homónima del dramaturgo quebequense, Michel Marc Bouchard, con quien conjuntamente escribió el guión. La exploración de nuevos caminos por parte de Dolan, hace de Tom à la ferme una cinta inquietante en la que el público asiste al martirio autoelegido del protagonista. Pero ¿por qué Tom decide permanecer en la granja? En su masoquista elección, es difícil de entender la falta de sentido de la responsabilidad sobre sí mismo, hecho que remite al ingenuo joven de cabello rubio de la cinta alemana, Tore Tanzt(2013) -o a El extraño del lago (2013) de Alain Guiraudie-, quien también se expone a sus torturadores, más o menos, voluntariamente. Pero mientras el pálido y larguirucho joven epiléptico y sin familia, que pertenece a los Jesus Freaks (grupo punk-cristiano fundamentalista que se guía por su amor a Dios) de la ópera prima de Katrin Gebbe, finca su decisión de permanecer con sus victimarios respaldado por su fe religiosa tras reparar “milagrosamente” su auto, Dolan dota de diligente pasividad a Tom, la cual parece ejercer cierta fascinación en él por permanecer en la granja y disfrutar del juego sadomasoquista orquestado por Francis y su madre.

La estancia de Tom en la finca impulsa la brutalidad de Francis; las pugnas físicas en las que uno escapa del otro, en las que uno busca la proximidad del otro, donde la dimensión física de su relación es la convergencia de sus deseos psicológicamente reprimidos, donde una ola de fuerza viril, que emana de la silenciosa emoción de Francis –quizá asfixiante, resultado de su homosexualidad reprimida-, avasalla al compacto cuerpo con decolorado cabello de Tom. ¿Dónde termina la lucha cuando ambos hombres bailan tango en el granero, cuando la satisfacción es mutua...? ¿Cuando Tom no es tan inocente como parece ser en primera instancia?
A los personajes de Francis y Tom, se suma el de Agathe, la madre de Guillaume. Pero en esta ocasión, la figura materna no es ya la leona contra la que el adolescente se rebela coléricamente (Yo maté a mi madre), es el personaje que ingenuamente moldea la vida de su hijo cada vez que, con avidez, pide escuchar las historias de Tom sobre la supuesta novia de su vástago, Sarah.

Con Tom en el granero, que fue rodada en 17 días, Dolan también abandona la ciudad y, en la provincia, en ese universo rural, estéril, habitado por hombres solitarios, encarcela a su protagonista. La natural y aislada ubicación del paisaje funciona como celda que el cinefotógrafo André Turpin captura en tomas abiertas y fijas, pero el verdadero cautiverio está construido en un nivel psicológico. Tom no es capaz de escapar de la situación, de la mentira. La verdad quiere explotar en las habitaciones que los tres comparten: la cocina, el granero y un dormitorio. La claustrofobia se libera en los respiros que suponen para Tom asistir al funeral de Guillaume, a una consulta médica y a un bar; el canadiense consiente dichos escapes solo para amplificar el miedo, para cavar en las profundidades de la homosexualidad y la homofobia, por ejemplo, con los recuerdos de una pelea -que implicaba a Guillaume y otro joven homosexual, al que Francis desfiguró el rostro- que son relatados a Tom por un barman (Manuel Tadros, padre de Dolan).

“Before learning how to love, homosexuals learn how to lie”, dice en alguna parte el prólogo de Tom en la granja de Michel Marc Bouchard; antes de poder escapar, Tom debe asumir las consecuencias del odio, del amor y los prejuicios, la libertad que supone dejar atrás las mentiras.

Spoiler alert
Con Tom en el granero, Xavier Dolan demuestra su capacidad para domar al suspenso, ese que es incómodo, estresante, para saltar de sus estilizados dramas a unnoir –autoindulgente con su propia vanidad en el reiterado uso de planos de su rostro en la cinta-, sin comprometer su estilo. Como Tom, el propio Dolan puede salir de la metrópoli, su entorno común, y regresar a ella victorioso al ritmo de Rufus Wainwright.

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