lunes, 22 de septiembre de 2014

Lucy de Luc Besson, reseña EN FILME


Publicado el 30 - Ago - 2014 por Verónica Sánchez Marín

Las heroínas de Luc Besson son capaces de aceptar un destino fatal para ellas pero benéfico para los demás. Son seres frágiles, susceptibles de ser rotos por circunstancias que no pueden controlar. Poseen una fragilidad física y psicológica que tiene que ver con dos factores: la personalidad de la protagonista, y su contexto: el modo en que la sociedad las ve y las educa. En El quinto elemento (1997), Leeloo (Milla Jovovich) no solo es susceptible de ser herida físicamente a pesar de sus talentos sobrenaturales, es extremadamente empática e incluso influenciable —por ejemplo, es convencida de salvar al mundo a cambio de un beso de amor. En Nikita (1990), la joven protagonista (Anne Parillaud), pasa de ser una adolescente antisocial, a una mujer fatal que no acepta su nuevo destino impuesto. En Lucy, el nuevo thriller de acción del director, retoma la ciencia ficción y espasmos de comedia muy al estilo de El quinto elemento. Protagonizado por Scarlett Johansson, esta heroína, nuevamente, debe sacrificarse antes de renacer. Una suerte de Nikita que tras absorber una droga experimental logrará detonar –un 10% primero y un 100% en última instancia– todo el potencial de su cerebro y ganar los poderes de Leeloo.




La película abre con una Lucy alegre y desenfadada, de tacones altos y vestimenta estilo animal print. Es una estudiante estadounidense de 25 años que reside en Taipéi. Candorosa pero también cándida en los temas sombríos. Es manipulada por un tipo vulgar y oscuro, que resulta ser su nueva aventura. Él la involucra en un complot que va de Asia a Europa. Lucy es obligada a servir como mula de narcotráfico para una banda coreana, liderada por Mr. Jang (Min-Sik Choi, el excelente protagonista de Old Boy de Pak Chan-Wook). La chica debe transportar en su cuerpo, bajo la piel del abdomen, un fármaco de nueva creación, el CPH4. Tras el brutal maltrato de dos de sus captores, las bolsas que contienen el narcótico se rompen dentro de su organismo, provocándole un cambio neurológico que le brinda la capacidad de usar al 100% su cerebro (como sucede con Bradley Cooper en Limitless, 2011), convirtiéndola en una superheroína cuyos poderes –telequinesis, telepatía, mutación, capacidad para viajar en el tiempo– e inteligencia la convierten en una máquina perfecta para matar, dispuesta a tomar venganza de sus opresores y, a la vez, dispuesta a sacar las drogas del mercado. Perseguida por la policía y la mafia, Lucy se da a la tarea de localizar a las otras mulas. A medida que sus poderes aumentan, más cerca está de la omnisciencia, a costa de perder su humanidad.



De manera paralela, un profesor en París llamado Samuel Norman (Morgan Freeman), plantea en una conferencia las habilidades que poseería el ser humano si aprovechase su cerebro en toda su magnitud, mientras se intercalan en pantalla imágenes documentales de animales que representan el ritual furtivo del depredador frente a la presa, fotogramas que evocan la experiencia humana y la majestuosidad de la creación.

En Lucy, Besson plantea también el mito fundacional –nos ofrece una teoría sobre la evolución del hombre, el origen, el presente y el futuro–, y habla de drogas, de antropología, de mafias, pero con un ánimo más paródico, a través de una narrativa de cortes rápidos que se intercalan con imágenes de la naturaleza. El objetivo es establecer un paralelismo con las desventuras de la protagonista. Lucy se transforma en una especie de thriller con visos de psicodelia –podría interpretarse como lo que es: un “súper viaje y malviaje” gracias a la droga– que sobresale por su espectacularidad técnica, y el trabajo actoral de Johansson, capaz de transmitir vulnerabilidad en la primera parte de la cinta, y la dureza de una autómata, en la segunda.

Su fragilidad inicial sirve como otro de los espejismos planteados por el director para hacer alusión al futuro feminista que presagia, donde tantos años de opresión tendrán su inversión con la sumisión y obediencia definitiva de los hombres.

Aunque la historia suene disparatada, es una marca de la casa Besson. El cineasta francés nunca se ha caracterizado por apegarse a una narrativa verídica, realista o con una verosimilitud rayana en lo creíble: dada su peculiar estética cromática, prefiere utilizar un tono interpretativo que roza en ocasiones a la parodia. Sus universos son tan suyos como cualquier historia feérica o de ciencia ficción prohijada por la herencia de, por ejemplo, Ray Bradbury enCrónicas marcianas (1950) o A. E. van Vogt en El viaje del Beagle espacial(1950) —historias que se ubican en un improbable universo extraterrestre, en el que lo personajes no obedecen a las leyes de la física o parámetros científicos, sino que actúan dentro de la lógica de esos mundos—. Así, la indecisa protagonista de Lost in Translation (2003), adquiere las habilidades físicas de la Viuda Negra de The Avengers (2012) hasta mutar solo en el eco de una voz –reminiscencias a la Samantha de Her (2013)–.

Lucy resulta una evidente e intencionada caricaturización de las películas de ciencia ficción y acción de los noventa, un homenaje a las supermujeres del propio cine de Besson. Todo un icono pop. Quizás un videoclip de una hora y media de duración, pero un derroche de entretenimiento visual que incluyen espectáculo hollywoodense y salvajismo coreano, así como estereotipos racistas y secuencias que bien podrían haberse insertado en algún video de The Drums o Alt-J.

Despojada de su argumento rico en imaginario, la historia se reduce a una mujer blanca perseguida por hordas de hombres asiáticos a los cuales se despacha. Y quizá en eso radica el mayor acierto de Besson: no resta complejidad al universo que diseña al garantizar los elementos comerciales que pueden traducir en ventas de taquilla su película. Un aprendizaje que, seguramente, ha tomado de su afición por el cómic y las subculturas que pululan en las novelas gráficas.

Spoiler alert
A diferencia de El quinto elemento, la psicología funciona mucho mejor en esta película y resulta destacable por sus chispazos emotivos. En medio del fuego cruzado, tiroteos y persecuciones de coches, Besson incluye un momento conmovedor en el que Lucy hace una llamada telefónica a su madre, en sus últimos minutos como humana: “siento todo: el espacio, las vibraciones, el llanto del bebé de alguien. Puedo sentir el sabor de tu leche en mi boca. Los miles de besos que aún siento en mi rostro”.

El director de El perfecto asesino (1994) no pretende contar una historia reflexiva, pese a enmarcarse dentro del siempre ambicioso género de la ciencia ficción. Lucy es un distintivo tecno-thriller explosivo para lucimiento de Johansson y un “viajezote” de Besson, donde no se censura a las drogas, sino al submundo criminal que las emplea como excusa para sus fechorías. Un filme entretenido, con algunas reflexiones acerca de los lugares a los que puede llevarnos la inteligencia humana. Como decía Aristóteles, el hombre es en potencia todas las cosas. Besson parece insinuar que un canal para abrir las puertas del entendimiento, recae en los instrumentos para aprovechar al máximo nuestro cerebro. El uso que se le da, es cuestión de ética.


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