viernes, 26 de septiembre de 2014

Oldboy: Días de venganza de Spike Lee, reseña EN FILME

Por Ricardo Pohlenz (@rpohlenz)


Oldboy es una película surcoreana dirigida por Chan-Wook Park que ganó el Gran Premio del Jurado en el Festival de Cannes de 2004. El presidente del jurado en aquella ocasión fue Quentin Tarantino, quien la elogió al punto de declarar que el mejor cine que se estaba haciendo en Corea del Sur. El argumento es una adaptación libérrima del manga creado por Nobuaki Minegishi y Garon Tsuchiya, y narra la reclusión de quince años padecida por un surcoreano común y corriente, su liberación y su venganza (que debe cumplir en cinco días). Park es un realizador de cuidado artesanal en melodramas de acción, dado a lo sensiblero, lo truculento y lo efectista. Su estilo cinematográfico es apabullante, tanto que seduce más allá de lo ridículo e inverosímil de sus historias. Es tal el impacto que ha tenido que diez años después fue hecho un remake hollywoodense dirigido por un realizador poco convencional, Spike Lee: activista, cineasta y negro que se ha dedicado tanto (o más) a la creación de su propio personaje que a sus películas.





El proyecto original de una versión gringa de Oldboy fue una pelota que picharon Steven Spielberg y Will Smith con guion de Mark Protosevich, que había escrito el guion de la versión con Will Smith de I Am Legend (Soy leyenda, 2007). De primera instancia, resulta más sencillo imaginarse cómo hubiera resultado esa película que la versión realizada por Spike Lee con Josh Brolin con el mismo guion. Spike Lee es un mamón y entre las declaraciones evasivas que ha hecho de su remake de Oldboy es que no es un remake sino un “reinterpretación”. Supongo que hubiera sido bueno tener en mente esta “perspectiva” del realizador, quien se he dedicado sobre todo a la producción televisiva en los últimos años. Pero están, según él, las “diferencias” que hay entre su filmografía y la de un realizador blanco. Las diferencias empiezan con su crédito de director, sus filmes no son filmes sino joints (que juega con el sentido literal de coyuntura y el sentido en argot callejero que alude a un porro de mariguana). Oldboy no es un joint, es un filme de Spike Lee; es lo primero que te dice, como si se lavara las manos, según él porque los productores le quitaron más de media hora a su corte original de 140 minutos. Los puristas no tienen nada que temer, el corte de Spike Lee podrá apreciarse en toda su extensión en bluray y dvd. La pregunta que me hago –sin embargo– es si valdrá la pena hacerlo; mucho me temo que los productores, más allá de las necesidades comerciales, le estaban haciendo un favor tratando de salvar una película que, de todos modos, fracasaría en taquilla.



No quiero detenerme en las diferencias (y omisiones) que hay entre la versión coreana y la versión gringa de Oldboy, las dos son culebrones tan hueros como apantalladores, muy al estilo de las películas de superhéroes que han plagado las pantallas durante los últimos quince años. Me aventuro incluso a proponerla como un antecedente más bien obvio de las películas del hombre murciélago dirigidas por Christopher Nolan, pienso en los retos formales y las limitaciones argumentales que enfrentó el realizador inglés en su adaptación de un personaje de comic sobrevaluado y las extensiones políticas que podía atribuirle, más allá de su obvio contenido propagandístico. 

El Oldboy de Spike Lee hubiera podido ser una revisión de los últimos veinte años del proceso histórico estadounidense. Es demasiado obvio –como casi todo lo demás– la alusión que hace con la habitación de hotel que sirve de celda a Josh Brolin con cualquier otra habitación con televisor en Nueva York (o para el caso, en el resto de la Unión Americana). Los gringos vivieron los grandes momentos de su historia reciente a través de la televisión. Josh Brolin es engañado a través de la televisión sobre su propia vida en un programa sobre los asesinos más buscados por la policía, acusado por los medios de haber matado a su exmujer. 

Encerrado, verá como la historia de su presunto crimen es recordada a través de los años mientras que su hija crece para convertirse en una chelista. En su encierro, después de haber sido parrandero, mujeriego y jugador, se entrena hasta convertirse en un superhéroe. Saldrá finalmente en búsqueda de sus captores, es entonces que Spike Lee hará alarde de una violencia tan meditada como pueril (una pelea coreografiada con número musical es capturada en una sola toma), obscena en su preciosismo (Samuel L. Jackson –que le hace de carcelero– viste camisa escarlata con corbata floreada del mismo color y chaleco negro, su cabeza está coronada con un corte mohawk rubio oxigenado) en la que un realizador venido a menos, negro entre los negros, trata de salvar un resto de dignidad en una película de encargo. Está la validación posmoderna del argumento, vendido en pantalla como una actualización de El Conde de Montecristo (folletín decimonónico de Alexandre Dumas) que justifica de la misma manera los manierismos exacerbados de los personajes como las trasgresiones sexuales que llevan a cabo. También está la denuncia de la manipulación mediática de los grupos blancos de poder: la gente se cree todo lo que ve en televisión.

No hay comentarios:

Publicar un comentario