jueves, 6 de febrero de 2014

El año que fue 14 . libro de Jean Echenoz (Anagrama, 2013)

AGUA DE AZAR

El año que fue 14

En palabras de Bernard Pivot, “alistarse en la Gran Guerra, 
después de que tantos lo hicieran, era un gran riesgo para Jean Echenoz; 
pues bien, la ha ganado, y ha regresado íntegro".


Era domingo en la soleada tarde del 28 de junio de 1914. En Sarajevo, una de tantas capitales provinciales del Imperio austro-húngaro, un terrorista de Serbia se acerca al automóvil descubierto donde viajaban el archiduque austríaco Francisco Fernando y su esposa. Los asesina a balazos y el mundo jamás volvería a ser el mismo: un mes después, como enrevesado conflicto entre primos hermanos, amigos distantes, conocidos incómodos y convidados de piedra, Europa muere a cuentagotas en lo que se ha llamado la Gran Guerra o Primera Guerra Mundial, un macabro mosaico polifacético donde parecían extinguirse los paisajes de acuarelas decimonónicas y se fraguaban en trincheras enlodadas todos los ismos que habrían de pintar el corto siglo XX: liberalismo, imperialismo, comunismo, colonialismo y un largo etcétera que no deja de hipnotizar a historiadores y lectores en general, pues ese pretérito que parecería cicatrizado es, en más de una de esas trincheras, herida abierta.

Se filtra en varios ambientes la avidez por leer toda la bibliografía posible sobre esa guerra que cobró millones de vidas y que desmanteló ya para siempre el concepto de los conflictos donde guerreaban soldados de plomo alineados en filas donde respetuosamente tomaban turnos para dispararse. La guerra del 14 inició con una sorprendente confianza en todos los bandos, convencidos de que no pasaría de ser un conflicto que duraría pocos meses. Se extendió hasta 1918 y en sus faldas de desgracia se llevó millones de vidas, envenenando los campos de Europa con gas mostaza y toda la inmundicia de los recuerdos más atroces. Sin embargo, así pasen 100 años, crece el interés por descubrir todos los secretos posibles o incluso la posible explicación de esa locura. Los archivos británicos han lanzado una magna ofensiva voluntaria para digitalizar todas las cartas y documentos que llegaban y volaban hacia el frente de batalla, una suerte de oleada civil por la memoria colectiva donde se privilegian los papeles que parecían condenados a volverse otoño amarillo en la amnesia de las bibliotecas, y no pocas editoriales han lanzado ya sus novedades o rescates de una historiografía variada o bien novelas y poesía que también se desprendieron de aquel dolor, cuando el mundo parecía vivir en sepia y entró en los colores del siglo XX con todos los tintes del horror.


Entre el espeso bosque de libros que se han ocupado del tema, quiero recomendar aquí la lectura de 14, del autor francés Jean Echenoz (Anagrama, 2013). Así, con el año en número y no en letras, el genial autor ha cuajado una pequeña obra maestra: una novela entera sobre esa guerra feroz narrada magistralmente en casi 100 páginas, no más. Nada menos: estamos ante un escritor que ejerce el difícil arte de desescribir con la misma minuciosidad y cuidado con los que escribe cada adjetivo que luego, quizá, haya que quitar: la sola imagen de un biplano que cae en picada y que cercena el cerebro del piloto al destrozarse, o el asco de las ratas en las trincheras inundadas de lodo y lágrimas, o bien, el mundo que aparentaba seguir igual, lejos del frente, donde esperan las novias el regreso de sus amados, o los padres que no podrían soportar ver a su hijo mutilado de guerra.

Jean Echenoz es un autor que lleva ya varios libros privilegiando eso que llaman “economía de lenguaje” en abono de las tramas bien cimentadas, los diálogos creíbles que no tienen por qué alargarse, los párrafos sin paja y apelando constantemente a la inteligencia del propio lector. Ganador del premio Goncourt en 1999 por otra genialidad titulada Je m’en vais, Echenoz es de los mejores y más leídos autores franceses de este año 14 y, a decir de su amigo, Philippe Ollé-Laprune, una energía encarnada en prosa, capaz de navegar la taquicardia consuetudinaria de una botella de whisky y quién sabe cuántas horas de sobremesa que se alarga, para amanecer fresco al día siguiente y escribir como si nada desde las ocho de la mañana.

En palabras de Bernard Pivot, “alistarse en la Gran Guerra, después de que tantos lo hicieran, era un gran riesgo para Jean Echenoz. Pues bien, la ha ganado, y ha regresado íntegro”. Habría que agregar: condecorado, pues son no pocos los lectores hipnotizados por la brevedad contundente, la certera extensión de cada párrafo donde Echenoz pinta como retrato las vidas palpables de sus personajes, la distancia y el sinsentido de la guerra, la solidez de eso que llaman Amor y que parecerá extraño, pero nunca mejor dicho, como ingrediente especial para la confección de una historia entrañable. Todo, envuelto en las palabras específicas para que el lector vea el sinsentido de un militar que se pasea con plumas en el casco tan solo para volverse blanco perfecto para los francotiradores enemigos o recorrer en palabras los laberintos de las trincheras, allí donde hay un joven que llora mirando al vacío y otro que intenta escribir una carta bajo la lluvia constante. Es el lienzo donde se fundía el metal de las metralletas y las alambradas retorcidas con la carne fresca de un caballo despanzurrado y luego, el absurdo de los alargados silencios, el vuelo de biplanos como moscas insólitas con pilotos de bufandas largas y allá lejos, en casa espera la niña que se ha vuelto mujer con flores en el pelo.

Jean Echenoz ya ha demostrado con maestría que la concisión y concentración de su prosa van en abono de la gran literatura que transpiran sus tramas y personajes, fundidas la imaginación con la memoria en un entramado que imanta al lector. Así sucede con el trinomio biográfico que realizo en tres novelas breves sobre el músico Ravel, el científico Nicola Tesla y el atleta Zátopek, y así sucede con 14, esta novela que desde luego no pienso echar a perder contando aquí más enredos de su historia, ni los nombres de sus personajes ni el desenlace que ha de sorprender a todo lector en medio de una noche imaginaria, así lo lea a plena luz del día.