Pero de ello les hablare otro dia, hoy, hoy, en este dia de melaza pura, globos metalicos, corazones, chocolates y harto amor, que circula en el el aire (y en mi redacción) traigo a colasion la pelicula de Drive., y no me puedo sacar de la cabeza esa gran secuencia del elevador (no la cuento para los que no la han visto) esa escena puede enamorar al más reticente a esta fechas en particular.
De paso les dejo la columna del señoron Sergio González Rodriguez, que publicó en Reforma y que no podia ser más precisa respecto a Drive...
Escalera al cielo / Drive, la película |
Filme
noir ultracontemporáneo, que se define por su enfoque peculiar ante la
fluidez comunicativa, en este caso la de los automóviles en la ciudad
más automovilística y vial del planeta, Los Ángeles, California, Drive,
de Nicholas Winding Refn, impone un plan de supervivencia en medio de
los acechos del poder criminal y el poder institucional. La pervivencia
de valores adversativos y marginales en un mundo de codicia,
explotación, ganancia. La primera secuencia define lo que será el resto del relato: un hombre está de pie delante de una ventana que contempla el panorama nocturno de la urbe californiana; expresa sus pensamientos mediante una voz fuera de cuadro y describe su oficio de conductor de fuga en actos criminales; sobre una mesa se halla un mapa de la ciudad, a un lado un televisor y sus imágenes comunes. El mundo aislado del protagonista se transformará enseguida en la vista frontal del conductor al volante de su coche en una avenida solitaria, un sendero de luces laterales que semejan una extensión del tablero iluminado a un lado del volante, sus indicadores bajo la conexión abierta de la radio en la frecuencia policiaca. En la escala visual de la película, el coche y sus desplazamientos buscan evadir la gravitación de los rascacielos y la infraestructura urbana que encubren sus misterios bajo la iluminación nocturna, o los disimulan en la actividad y las normas diurnas. El protagonista, elusivo, lateral, inescrutable en su oficio, resumirá las resonancias del antihéroe de la narrativa de mediados del siglo anterior impuesta por Raymond Chandler: un conductor que hubiera dejado atrás la piel del detective honesto para adquirir la del vengador anónimo en defensa de valores en declive, como el amparo de los indefensos. Mike Davis ha distinguido el ensamble de la narrativa literaria con la fílmica que consolidó el género noir estadounidense y sus tres etapas: la clásica, que ejemplifica la obra chandleriana; la de los prosélitos, como John Gregory Dunn o Elmore Leonard, y, por último, la de los parodiadores, como James Ellroy. Ahora, como antes David Lynch, Nicholas Winding Refn propone una cuarta etapa para el siglo 21: la de los regeneradores. Si la cultura pop es parasitaria por excelencia, es decir, funciona bajo el efecto cascada en degradación continua reflejado por el modelo bioantropológico e informático que estudió Michel Serres, donde el término "parásito" alude a la estática auditiva o ruido que impide claridad comunicativa, ahora, en un tiempo ultracontemporáneo, que permite interconectar al mismo tiempo vastos cuerpos de información presente, pretérita o virtual, la regeneración de contenidos heredados funciona al menos en dos planos: el de lo real u originario y el de los desdoblamientos infinitos de lo real u originario que pueden recuperar una exactitud distante del ruido siempre y cuando sean regenerados. Así, la anterioridad renace, y el acontecimiento visto en la pantalla sucede al mismo tiempo como indicio de realidad evocada y como indicio de la realidad fantaseada. En tales términos, resulta secundario si antes de Drive hubo The Driver (1978), la cinta de Walter Hill, o si el Driver que actúa en Drive, el estupendo actor Ryan Gosling, recuerda, como se ha dicho, al Mersault de Albert Camus en El extranjero y su firme neutralidad, o bien, refiere al protagonista de Menos que cero, de Bret Easton Ellis. Desde una estrategia de regeneración, la angustia o parodia de las influencias desaparece para convertirse en una apropiación integral que produce algo distinto y personal. Ha sucedido con David Lynch y ahora con el Nicholas Winding Refn de Drive: marcan la diferencia respecto de los simples epígonos o los parodistas. Drive se basa en la novela homónima de James Sallis publicada en 2005, y cuya versión en español circula desde 2009 bajo el sello español La Magrana en traducción de Juanjo Estrella. Sallis construye su novela sobre la personalidad de Driver: un sujeto que se mimetiza con el paisaje multicultural de Los Ángeles, en restaurantes y supermercados rebosantes de mercancías, colores, luces y avisos publicitarios, atmósferas musicales extraídas de rockolas con grupos mexicanos y sabor nostálgico de burritos, machaca, chiles jalapeños. Un Driver adolescente que se apropia de un Ford Galaxie para hacer su vida en California, su reputación al volante. La novela de Sallis implica una crónica cotidiana del conductor, sus memorias de infancia o adolescencia y un retrato de Los Ángeles marginal. Una normalidad impersonal que se ve rota por brotes de violencia hiperrealista. El registro de ambientes y lugares, de esquinas y avenidas se alterna con los diálogos parcos de los personajes, borrosos, espectrales, en ellos, incluso la cultura pop se vaporiza, y conceptos como libertad, liberación o democracia remiten a los pavos horneados el Día de Acción de Gracias. Endebles, crujientes, ilusorios. Nicholas Winding Refn reelabora la materia de dicha novela para centrarse en un equilibrio entre la personalidad del protagonista y las acciones de su impulso vindicativo. No en balde las mejores secuencias de la película tienen que ver con la explosión del personaje enfrentado a sus oponentes. En especial, la antológica cercanía de Driver con una máscara sin rasgos a un festejo para atisbar la contundencia de su venganza, mientras se escucha una melodía anacrónica incidir como contrapunto y lubricante de la fluidez de la violencia a punto de estallar. La visualidad del filme se conduce del hiperrealismo que expone lo real saturado de subjetividad (sueños, deseos, fantasías) a las texturas corpusculares de tinte expresionista, donde la entereza física de la urbe y sus habitantes alcanza un alto grado de luminosidad directa e indirecta, fosforescente, feérica, de talismán ante el destino, como la chaqueta plateada con un escorpión en la espalda del protagonista. Numen portátil para la fragilidad en huida perpetua. |
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