En los primeros años de este nuevo milenio, la industria de Hollywood continúa enamorada de la Segunda Guerra Mundial. A diferencia de las propuestas europeas –que a veces funcionan como instrumentos catárticos para superar los traumas de las atrocidades de la guerra–, el cine estadounidense parece que disfruta el hecho de contemplar todas aquellas luchas heroicas que han definido la vida de sus padres y abuelos, todos ellos excombatientes de guerra.Corazones de hierro (Fury, 2014) se desprende de las películas propagandísticas de guerra (que abundaron en las décadas de los cuarenta y cincuenta) y del esplendor de las grandes batallas mostradas en superproducciones (por ejemplo en Pearl Harbor, 2001) para crear una atmósfera mucho más sombría, sucia, llena de mugre y lodo. Al no retratar un acontecimiento histórico en concreto, Corazones de hierro posee la peculiaridad de ser una reconstrucción basada en una serie de historias reales de veteranos del ejército norteamericano que pasaron la mayor parte del tiempo al interior de los tanques de guerra. Las principales figuras que motivaron al director y guionista, David Ayer, a realizar el filme, fueron sus abuelos; ambos oficiales durante la Segunda Guerra (uno luchó en el Pacífico; el otro, en Europa). Incluso, el propio cineasta perteneció a la Marina de su país, por lo que el tema no le resulta ajeno.
Situado en Alemania en abril de 1945 –apenas unas semanas antes de la rendición alemana y de la conclusión de la guerra en territorio europeo–, el perseverante y rígido sargento Don “Wardaddy” Collier (Brad Pitt) encabeza, al interior del “Fury” –apodo de un tanque M4 Sherman–, una pequeña tripulación conformada por el artillero Boyd (Shia LaBeouf), un tipo reflexivo y sereno conocedor de la Biblia; el cargador Grady (Jon Bernthal), un iracundo, desaliñado y lascivo hombre; el leal y combativo conductor Trini (Michael Peña), apodado “Gordo” y originario de México, que representa a la comunidad latina perteneciente a las fuerzas armadas estadounidenses; y Norman (Logan Lerman), un recluta novato entrenado como mecanógrafo que recibe la orden de integrarse al escuadrón de “Wardaddy” como conductor auxiliar. Cinco hombres encerrados en un tanque lidiando con la guerra, con el confinamiento y con ellos mismos. Su misión forma parte de la ofensiva final de los aliados que se dirige a Berlín; los alemanes se saben acorralados, pero antes de rendirse pelearán desesperadamente. Los tripulantes de “Fury” están sucios, lucen agotados y fastidiados, por momentos se muestran embrutecidos; son personas que han sido bestialmente tratadas por la guerra. Ese es el desolador panorama que descubre Norman, el más joven, que se aterra al ver los montones de cuerpos sin vida arrojados a la fosa común, las vísceras y extremidades regadas por las calles, una especie de cementerio que exhibe a sus muertos, recordándole a todos los soldados involucrados en la guerra que difícilmente saldrán vivos de ahí.
Ayer y los editores, Jay Cassidy y Dody Dorn, no reinciden en exhibir constantemente estas atrocidades que podrían ser empleadas como un lugar común para la provocación fácil. Más que el rojo abundante de la sangre –escenario de una película gore que se queda corto frente a la brutal realidad de la guerra– , la fotografía de Roman Vasyanov emplea una paleta de tonalidades grises que captura los suelos lodosos que pisan los hombres y que aplastan los neumáticos de las enormes máquinas. La tierra negra, el agua sucia, los pastizales de uno tono grisáceo, las cubiertas metálicas de los tanques, conforman el elemento visual de la Alemania rural sucia. En una escena, un tanque pasa encima de un cadáver: el cuerpo, al igual que la humanidad a su alrededor, desaparece, se disuelve, y se integra al lodo. Si en Patton (1970) se retrataron las tácticas del controvertido general estadounidense para vencer al alemán Rommel y dirigir sus tropas en territorio europeo, una mirada desde los altos mandos que realizan tácticas de guerra; en Fury, el director se sumerge al fango para mostrar la inmundicia de la guerra y de aquellos que la disputan al interior de los tanques que avanzan al ras del piso.
El terror de la guerra, en el mejor de los momentos del filme, es examinado mediante la experiencia psicológica. Norman es un personaje que sirve como contrapunto al líder de la tripulación. Éste se ve obligado a enseñarle la cruel premisa de toda guerra: “No estamos aquí para hacer el bien; sino para matar. Los ideales son pacíficos; la historia es violenta”. En una especie de ritual –que simboliza el paso de niño a hombre–, Collier obliga a Norman a dispararle a un oficial alemán recién capturado. La inexperiencia de Norman, su bondad, tranquilidad y poca inclinación a la violencia, lo convierten en una amenaza para sus compañeros. La tripulación está disgustada al tener a un “niño” como artillero; están alarmados ante el peligro que representa tener a un hombre no violento en el campo de batalla. Además, están tan contagiados de la guerra que sienten asco por la inocencia del joven; tienen un impulso casi natural para actuar de manera cruel en contra de él, no sólo por su inexperiencia, sino también porque les parece repugnante su fe inquebrantable respecto a que la vida sí tiene sentido.
La historia es contada principalmente desde el punto de vista de este personaje, Norman, un joven recluta que es lanzado al peligro bajo la tutela de “Wardaddy”, una especie de aguerrida figura paterna que lo guía durante la peligrosa misión. En su famoso discurso ante el Tercer Ejército, Patton declaró: “Los nazis son los enemigos. Vamos contra ellos. Derramen su sangre; dispárenles en el vientre.” Este es uno de los temas centrales de Fury: cómo la experiencia de la guerra puede endurecer a un hombre, transformando al más tímido e inocente en una máquina de matar.
Durante los momentos de pasividad, es decir, cuando aún no entran en combate contra los alemanes, el filme ofrece fragmentos de la variada interacción entre los compañeros del tanque. A veces es un sistema jerárquico donde el líder exige y el resto obedece; en otras ocasiones, es un ambiente de camaradería entre varios amigos; y también hay instantes de indisciplina y subversión de los rebeldes y revoltosos del grupo. El director se aleja considerablemente de los dramas de policías y criminalidad urbana (S.W.A.T., Dark Blue, Harsh Times, Street Kings, End of Watch) que había estado acostumbrado a escribir y dirigir, pero al igual que Training Day (2001), cuyo guión es obra de Ayer, Fury se lleva a cabo en un marco de tiempo condensado, en el que el valor de las experiencias de toda una vida se hacina en un período de 24 horas desde el amanecer hasta el siguiente amanecer. El sargento no sólo le enseña, a su joven pupilo, a matar al enemigo, sino que también lo pone en contacto con el tipo de relaciones humanas que Norman extraña: la sana convivencia con otro ser humano.
En una especie de interludio, destaca una de las secuencias mejor logradas del filme, cuando “Wardaddy” y Norman entran en una casa ocupada por dos mujeres alemanas (Anamaria Marinca y Alicia von Rittberg). Los soldados cierran la puerta y quedan solos con las mujeres. Lo que en apariencia es un rápido encuentro se extiende en una breve obra de un acto que se moldea lentamente con una serie de insinuaciones, deseos sexuales y miedos. Hay incertidumbre sobre cómo se resolverá ese encuentro, y la tensión incómoda ante la posibilidad de que las mujeres salgan lastimadas. Las acciones al interior de esa casa reflejan la complejidad de la naturaleza humana puesta al límite en tiempos de guerra y son desarrolladas con precisión y emoción, pero sin sentimentalismos, por parte de actores y director, resaltando el oportuno manejo de los silencios de Brad Pitt. Este segmento es el pináculo del suspenso de Fury ya que permea la capa interior de los personajes para exponerlos como verdaderamente son y ponerlos a prueba sobre cómo se comportarían en la vida cotidiana –imaginando un escenario sin guerras–. Pero también, es un momento conmovedor y trágico sobre los daños físicos, psicológicos y emocionales que la guerra causa más allá de las víctimas inmediatas de la batalla.
Pitt interpreta una versión atenuada y nada caricaturizada en comparación con el soldado que personificó en Inglourious Basterds (2009). “Wardaddy” es igual de decidido e intransigente que Aldo Raine, pero mucho menos entusiasta y más equilibrado. Su vida se rige por un código de honor en el cual, por encima de todas las cosas, el principio número uno consiste en mantener vivos a sus hombres. Lerman no posee la misma presencia en pantalla que Pitt, pero ambos personajes resultan creíbles, así como la dinámica que se desprenden entre ellos a lo largo del filme. LaBeouf, Peña y Bernthal cumplen con creces en la interpretación de sus papeles para complementar un engranaje bien articulado.
Las secuencias de las batallas son sumamente efectivas. Ayer captura el lado grotesco de la guerra manteniendo una sensibilidad similar a Saving Private Ryan (1998): el significado de la guerra y la sobrevivencia para aquellos que viven en las trincheras. Se trata de matar o ser matado. Las batallas entre los tanques son presentadas con sobriedad y potencia evidenciando un cuidadoso proceso de reconstrucción de la época y dejando de lado el empleo de efectos visuales para la realización de estas secuencias. Ayer utilizó varios tanques de guerra reales –muchos de ellos modelos antiguos–, principalmente los Sherman (modelo estadounidense) y los Tiger (modelo alemán); éstos últimos representaban la superioridad alemana en cuanto a tamaño, potencia y armamento de la máquina. Lamentablemente, en la última media hora, el filme adquiere los contornos de una película bélica convencional, olvidando los traumas y daños de la guerra y optando por resaltar el aspecto heroico de los personajes. El gran acierto de Ayer es reducir espacialmente la guerra a un microcosmos que se desarrolla en el interior de un tanque. En ese sentido,Corazones de hierro se asemeja al filme israelí de Samuel Maoz, Líbano(2009), detallando las sensaciones de valentía y miedo que viven los hombres que ocupan una claustrofóbica bóveda metálica mientras avanzan con las ruedas de su máquina sobre terreno fétido recibiendo los bombardeos del enemigo. Ese es el espacio que los hombres de Fury ocupan; no existe un mundo exterior para ellos más que aquel que sus armas son capaces de alcanzar.
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