Fin de semana largo ( 1 al 4 de febrero) y me dejo cosas muy productivas, entre ellas que me dio tiempo de POR FIN! rentar esta gran película, va la reseña, tomada de
EN FILME...
Melancolía
La esperanza está en el hijo de Claire que navega en Internet con la misma facilidad que inventa herramientas con un palo y un alambre, pero que no tiene un espacio en el futuro. El trío de burgueses por primera vez se enfrenta a una verdadera catástrofe y no les queda más que armar juegos a su alrededor.
★★★★✩
Por Sofía Ochoa (@SofOchoa)
El fin del mundo suena a Tristán e Isolda de Wagner y, como su origen, tiene una imagen celestial. Dos esferas se unen hasta el colapso. Antes del choque, un inmenso brillo fulgura en el universo y en la Tierra. Es el brillo preciosista que recubre el retablo hiperrealista en slow motion del preludio de Melancolía: el blanco del cutis y del vestido de novia de Kirsten Dunst, las facciones maltrechas de Charlotte Gainsbourg, el caballo derribado en el bosque, el niño al centro de una trinidad, con dos mujeres a sus costados y enmarcado por una mansión en el fondo. La imagen aquí se encuentra en una etapa previa a la del inicio de The Five Obstructions (2003) –como ese caballero de perfectas figura y modales–, sobre maquillada, rica, envidiable, deseable. No hay pobreza que la cimbre. A diferencia de Anticristo (2009), que también ostenta una estética sobre trabajada, y a pesar de su tema apocalíptico, en Melancolía von Trier evade la fealdad física; el horror está mitigado por lo bello y el dinero.
Un díptico. Primero, el festín de la boda. Como en El discreto encanto de la burguesía (1972), los ricos festejan aislados del mundo y su claustrofóbica realidad los consume. Hay una aparente parodia de Festen (1998), el primer proyecto del invento formal de von Trier: el Dogma. Si en The Kingdom (1994) el enfant terrible quería abarcar todos los géneros, aquí busca recuperar todos los estilos. La cámara en mano contrasta con la estilizada paleta de colores en amarillos, con la suma nitidez visual, con los diálogos incrustados en las bocas de los personajes redondos frente a la profundidad que capa a capa se revelaba en el drama familiar de los noventa. Un brindis para la novia, y el padre comienza acusando a la madre de haber sido ‘dominante’ cuando estaban casados. Ella arremete culpándolo de conformista. Entre ellos dos están las dos hijas cuyos nombres dan título a cada una de las dos partes que conforman el filme.
La bella es Kirsten Dunst, de cintura de avispa y senos perfectamente redondeados. Ha sido cruel y –literalmente– sádicamente bautizada por sus disparatados padres como Justine. Ella, como la heroína novelesca, también ha sido condenada por la virtud. Mientras más la persigue, más se aleja de ésta. El día de su boda es el día que engaña a su marido con el primer idiota que se le cruza; lo engaña bajo su precioso vestido blanco. Pero ella solo es una víctima de sus padres y de ella misma. Es una víctima del desorden provocado por la ausencia de la autoridad. Su madre desaparece la noche de su boda. Su padre se escabulle a pesar de que ella le pide que se quede. ‘Estamos solos’, dice. Su mente es un remolino que solo logra ver con claridad frente al caos. Ella lo invoca y lo vislumbra. Como Casandra, ella sabe; pero ellos sabrán que sabe cuando ya no tenga sentido.
La rica es Charlotte Gainsbourg con su rostro perpetuamente gris; se llama Claire y el panorama siempre se le presenta brumoso. ¿Cómo culparla? Vive preocupada: 1) Por la puntualidad: como organizadora de la boda debe asegurarse de que el pastel se parta a tiempo (y nada sucede en tiempo). 2) Por el fin del mundo: es ella quien nos lo anuncia entre susurros atemorizados. Sospecha que su millonario marido, aficionado a las estrellas, ha errado en sus cálculos sobre la ruta de Melancolía, ese inmenso planeta que se acerca peligrosamente a la Tierra. 3) Por su hijo: si se acaba el mundo, ¿dónde vivirá?. 4) Por los protocolos: ¿cómo se recibe el fin del mundo? La inercia le ayuda a sobrellevar su angustia. Pero cuando un cuerpo ajeno se introduce en las órbitas trazadas, el orden se pierde y Claire se desquicia: ¡¿cómo se recibe el fin del mundo?!
Justine padece de una profundidad psicológica abrumadora. Mientras Claire sobrelleva la insoportable levedad del ser. Ambas son víctimas de la hipocresía, del hastío. Son dos caras de una misma moneda: una abraza la llegada de Melancolía; la otra se entrega al día a día para no sufrirla. Dios está ausente. En un escenario así de desolado, de carente de sentido, ¿quién impone el orden?, ¿quién es el director? La esperanza está en el hijo de Claire que navega en Internet con la misma facilidad que inventa herramientas con un palo y un alambre, pero que no tiene un espacio en el futuro. El trío de burgueses por primera vez se enfrenta a una verdadera catástrofe y no les queda más que armar juegos a su alrededor. ¿Pero acaso no es eso lo que hacemos todos, hablar de melancolía, hija de la muerte, para no padecerla?
El fin del mundo sucede en Estados Unidos, siempre. Y, como siempre, al momento de huir del fin del mundo, los coches no arrancan. Así de ridícula puede llegar a ser la desesperación al final de los tiempos. Los humanos lo niegan. Los caballos lo presienten. Pero este apocalipsis es más que una alusión a una de las obsesiones del cine gringo. No es von Trier el único que la anuncia. Para Béla Tarr (que también utiliza el motivo equino en su versión del Apocalipsis), su inversión de los siete días de la creación, El caballo de Turín (2011), fue también el fin de su cine, su última película porque ‘ya no hay más que decir’. Las nuevas tecnologías están dejando atrás las viejas maneras del quehacer cinematográfico. Hay cierta inquietud en la escena fílmica sobre el fin de una etapa. Está en Tarr, está en von Trier, en Uncle Boonmee (2010) de Apichatpong Weerasethakul, de forma más indirecta lo evoca Woody Allen en Midnight in Paris (2011) e incluso Hollywood con The Artist (2012). ¿Cómo se recibe el fin del mundo?
Von Trier inició su carrera con una franca estilización de la forma para después despojar al cine hasta los huesos en Dogville (2003). O hasta los cuerpos. Su obsesión por ellos se manifiesta no sólo en las escenas que los celebran (Charlotte Gainsbourg copulando con Willem Dafoe al pie de un árbol, el cuerpo desnudo de Kirsten Dunst alumbrado por la luna, a la orilla de un río), también en su talento y cuidado en la dirección de actores. Sin demeritar lo concerniente a Dunst, aunque en 2011 el Festival de Cannes lo despreció (lo etiquetó de persona non grata por sus polémicas declaraciones sobre su aprobación a la estética nazi), le aplaudió esta virtud a través del premio que le concedieron a su protagonista. Con Anticristo y ahora con Melancolía ha vuelto al control absoluto del medio. En ambos los padecimientos mentales de sus personajes encuentran balance en la perfección de la imagen. En Anticristo arremete contra su protagonista y contra el público. En Melancolía se contiene. El caos humano es ensombrecido por la perspectiva que ofrece el orden cósmico en CGI.
Entonces, ¿cómo se recibe el fin del mundo? Cuando ya no hay adónde correr, cuando Dios nos ha abandonado (o nosotros a él), cuando el control que hemos explotado no nos es suficiente, no importa si reaccionamos de forma histérica o resignada, más vale hacer evidente nuestra vulnerabilidad y observar el espectáculo de la luz que destella cuando la esfera está a milímetros de impactarse contra nuestras pupilas.
Julio 27, 2012
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