¿Sabes quién viene?
Las lágrimas, las risas histéricas y las auténticas, los descontentos, los gritos y la furia forman parte de ese animal que todos albergamos y que el dios de lo salvaje se encarga de azuzar.
Por Julieta Navarrete (@Juletiux)
★★★1/2✩
Retratos de la sociedad en el cine hay muchos, pero pocos tan sencillos, claros y dibujados de forma tan engañosa como lo expone Roman Polanski en Carnage. El truco está en que nos hace pasar un muy buen rato, pero los chistes tienen implícita la crítica a la hipocresía entre la que día a día se mueve esta sociedad aparentemente civilizada pero que mantiene dentro de sí a su animal salvaje, listo para salir y atacar en cuanto se siente acorralado y amenazado.
¿Sabes quién viene? no es un título correcto para esta película, que si bien seguramente fue elegido para darle énfasis a la comicidad que hay en ella, dista mucho del sentido del título original, Carnage (que apela a carnicerías y matanzas). La película habla sobre el dios de lo indómito que acecha en todas las formas de convivencia, especialmente en las que la salvaguardia de intereses hace que las diferencias se disparen. En la película, los anfitriones saben perfectamente quiénes son los que visitan su casa, no es ninguna sorpresa para nadie. El matrimonio Longstreet (Foster y Reilly) recibe al matrimonio Cowan (Winslet y Waltz) después de un incidente en un parque público que involucra a sus hijos de once años. Zachary Cowan golpea a Ethan Longstreet con un palo y le rompe dos dientes. Para resolver el conflicto, los Longstreet invitan a los padres de Zachary a platicar para llegar a un acuerdo civilizado. Lo que al principio parece un despliegue de madurez y civilidad, termina convirtiéndose en un festín de padres de familia borrachos, descontentos y bestiales.
La sociedad se rige mediante códigos y estereotipos, y Polanski retrata cuatro de ellos. En primer lugar tenemos a Penelope Longstreet, quien al principio encarna el papel de madre consciente, preocupada y humanista, a la que le gusta el arte y se preocupa por África. Su marido, Michael, es el conciliador, el que siempre parece estar de buenas y proponer soluciones para mantener a todos calmados. Por el otro lado, Nancy Cowan es la mujer elegante, bien educada y hasta cierto punto recatada en apariencia, que Penelope denuncia por ser falsa, con una fachada de perfección odiosa. Alan Cowan es el prototipo de padre y esposo ausente, siempre pegado a su teléfono, abogado sin escrúpulos, que se encarga de las bromas más ácidas y, al mismo tiempo, es el más transparente.
Los cuatro personajes cambiarán de manera natural conforme vayan siendo llevados al límite por sus discordancias. Poco a poco la pared construida por las convenciones sociales va encerrando a los matrimonios empujándolos al límite. Por momentos parece un poco forzada la manera en que los personajes se mantienen en el departamento de los Longstreet, la intención era dar la sensación de no poder escapar aunque se desee. Los Cowan no pueden ir más allá del elevador, vuelven siempre al mismo lugar como si estuvieran atrapados indefinidamente en las escaleras de Escher. Polanski ha demostrado que a él, como director, no lo limitan los espacios cerrados, ni los escenarios únicos, sino que le gusta hacer uso de ellos para empujar a sus personajes a las periferias de su tolerancia, como si los pusiera a prueba, ya lo vimos en las ruinas de El pianista (2002), en el bote de Cuchillo en el agua (1962) o la mansión del matrimonio de George y Teresa en Callejón sin salida (1966).
Polanski retrata la realidad de los matrimonios a través de cuatro personas: se alían, rompen alianzas y las rearman. Es una lucha de mujeres contra mujeres, hombres contra mujeres, pareja contra pareja; hay de todo, como un resumen de los más típicos estereotipos de desacuerdos. No hay lecciones morales, ni soluciones a los conflictos por arte de magia, porque no estamos ante un cuento de hadas, sino ante esbozos de lo que vivimos en lo cotidiano donde, siendo crudos y sinceros, pocas cosas llegan a resolverse en un par de horas. Los personajes del cine de Polanski nunca adquieren redención absoluta;es eso lo que mantiene la dosis de realidad necesaria para poder formar la crítica de la sociedad actual. Fuera del humor propiciado por el personaje de Christoph Waltz, quien suelta comentarios agudos y sarcásticos ridiculizando al resto de los involucrados, queda latente el sabor amargo de las apariencias.
Las lágrimas, las risas histéricas y las auténticas, los descontentos, los gritos y la furia forman parte de ese animal que todos albergamos y que el dios de lo salvaje se encarga de azuzar. El sociólogo Michel Maffesoli ya nos lo describía en su obra El instante eterno, al hablar de lo trágico de las sociedades posmodernas, cuando definía al “animal que la sociedad civilizada no logró domesticar por completo, y que surge constantemente en la vida de todos los días”.
Abril 30, 2012
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