jueves, 2 de enero de 2014

Dans la maison (En la Casa)


En la casa
Publicado el 14 - Dic - 2013 por Sofia Ochoa Rodríguez



















Por Sofía Ochoa (@SofOchoa)

Gustav Flaubert es el nombre del liceo donde el maestro, Germain (Fabrice Luchini), y el adolescente, Claude (Ernst Umhauer), se conocen. El joven inmediatamente llama la atención del profesor de literatura cuando, aún sin ubicarlo físicamente, lee su primera entrega: una breve narración de lo que ha hecho el fin de semana. Según sus cortas oraciones, por fin ha logrado penetrar las paredes de la casa de uno de sus compañeros de clase, Rapha (Bastien Ughetto), que resguarda lo que para él es un secreto fundamental que hasta ese momento la vida le había negado: las dinámicas de una familia normal.

Claude está marcado por el abandono de su madre y la asfixiante dependencia –debido a la parálisis de piernas– de su padre. “Continuará”, cierra sentenciosa la página arrancada de un cuaderno. Germain levanta la vista y mira con complicidad a su esposa que lo ha escuchado leer desde un sillón del pequeño departamento donde viven. Él, un amante y estudioso de las letras, reconoce un talento que parece haber estado aguardando durante generaciones de alumnos; ella, con más sentido común que buen gusto (está a cargo de una galería de arte contemporáneo que pretende vender engendros pretenciosos de este género de la posmodernidad),  distingue a un joven sardónico que sin tapujos ha violado la frontera del respeto. Ninguno se equivoca. Ambos han quedado picados con el relato. Más importante, el viejo profesor ha quedado prendado del jovenzuelo, irrevocablemente. En solo unos minutos, Francois ha establecido el estilo ozoniano del filme.



La tensión y la pasión (dos caras de la misma moneda, en este caso) se entrelazan en En la casa de tal manera que lo que no se dice, lo que apenas se insinúa, adquiere más relevancia que lo que sí se manifiesta. Estas dos emociones esenciales para el desarrollo de la acción provienen de diversos factores que el director ha ensayado en trabajos previos: la diferencia de edad entre los personajes principales, una identidad (también sexual) en formación intensificada por el aspecto andrógino y la mirada indescifrable –que oscila entre lo inocente y lo perverso– de su joven protagonista, una atracción ¿sexual? desbordada que se deriva de las carencias de los personajes y de la forma en la que proyectan estas pérdidas en los otros, y una salida, una oferta de restitución a través del arte, de la escritura, en este caso.

Como Swimming Pool (2003), sobre una escritora de misterio, En la casa es metanarrativa. Los progresos en la prosa del joven son los progresos en el quehacer de Ozon; lo mismo sucede con los tropiezos. Y, a diferencia de Swimming Pool, que transcurría alrededor de uno de los escenarios favoritos y mejor explotados visualmente del director, un cuerpo de agua, aquí es el guión el que marca la pauta para la sucesión de imágenes. Claude no sabe aún qué tipo de escritor es, y Germain lo obliga a experimentar y a equivocarse: ¿debe ser irónico, realista, introspectivo? Cada decisión literaria que toma se refleja en la pantalla (siempre dentro del marco del thriller), en los encuadres que acentúan distintos detalles de los personajes… y en su vida que poco a poco es dominada por su propia pluma. La frontera de la ficción y la realidad se desdibuja conforme sus letras maduran. Claude cae bajo el hechizo de la literatura y cree que la vida es tan maleable como audaz es quien la narra. El joven prueba estar dispuesto y tener la valentía para alterar la realidad, sin resquemor de por medio, a favor de su arte. Es aquí donde el alumno supera al maestro. Cuando su guía le indica que el protagonista de su relato debe tener un objetivo, no duda en elegir a la madre burguesa, a quien ha llamado “la mujer más aburrida del mundo”, la versión de Ozon de una Madame Bovary madura y sensualizada en la interpretación de Emanuelle Seigner, como su víctima. La conquista con un arma infalible para este tipo de dama doméstica, frustrada y clasemediera: poesía barata, metáforas indescifrables que aluden a interpretaciones vacuas sobre su pasmosa individualidad, sobre sus propios límites superables solo para ella. Palabrerías. Pero, ¿realmente sucede este romance?

Más que ser una Scherezada que se mantiene viva gracias a la incertidumbre que despierta en sus escuchas, como sugiere su profesor; Claude es un Barba Azul implacable, capaz de destrozar a quienes osen asomarse al origen de sus perversiones, a los que descubran los cadáveres sobre los que se yergue su arte que surge, a fin de cuentas, de su deseo de restitución. Ozon nos lleva a un paseo vouyerista potencializado: los espectadores nos alimentamos de la mirada del profesor sobre su alumno que a su vez espía las debilidades de la familia, que a pesar de los intentos de empatía del muchacho, dibuja como seres inferiores, pero nostálgicamente inalcanzables. Como cualquier escritor en ciernes, Claude falla. Se envuelve en las trampas de su ambición y su ego que le impiden guardar una distancia crítica sobre lo que escribe. Al caer él, cae Ozon, que a pesar de que ha mantenido interesado a su público no sabe cerrar su filme a la altura de la tensión que ha hilvanado. Su insistencia y talento fílmicos lo han mantenido como uno de los mejores, más consistentes y prolíficos directores de la actualidad, pero no le han sido suficientes aún para despuntar inexorablemente.

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