En una entrevista, Percy Adlon (Bagdad café) señala, a propósito del personaje central en Confesiones en el diván (Mahler auf der Couch):
La historia del compositor Gustav Mahler favorece una línea narrativa muy vigorosa. Estamos ante un hombre extremadamente talentoso y al mismo tiempo lleno de gran energía sexual, misma que se vio obligado a depositar en buena parte en su música.
Como resultado de ello, Mahler, el hombre, quedó de algún modo vacío. Por otro lado, su mujer, mucho más joven, sí pudo disfrutar de lo mejor de ambos mundos. Fue una mujer muy sensual y también una magnífica artista. Quise mostrar en la película el dilema de Mahler, su confusión y su rabia interna.
El empeño de Percy Adlon y de su hijo Felix O. Adlon, codirector de la cinta, por abordar la figura del músico vienés desde una perspectiva históricamente plausible, pero al mismo tiempo desmistificadora, es interesante, sobre todo si se recuerdan los abusos y despropósitos barrocos a los que el cine ha sometido al compositor, uno de ellos, el más delirante, Mahler (1974), biografía pop musical del británico Ken Russell.
Aunque la película de los Adlon refiere con humor y desenfado las sesiones sicoanalíticas en las que el compositor confiesa a Sigmund Freud (Karl Markovics) su triste condición de esposo frustrado, lo más notable en la historia es el retrato de corte feminista de la joven Alma Mahler. Casi 20 años más joven que su pareja, y tan segura de su propio arte musical como de su sexualidad, Alma pasa de un amante a otro con astucia y flexibilidad felinas, desde el arquitecto Walter Gropius (Friedrick Mucke) hasta el pintor Gustav Klimt (Manuel Witting), para desesperación y azoro de un Malher refugiado de lleno en su arte musical.
Esta visión tragicómica del marido engañado podía haber sido harto convencional y caricaturesca, y por momentos parece orillada a estos abismos, pero el desastre lo evitan las estupendas caracterizaciones de los actores y en particular de Barbara Romane, convincente como mujer hedonista y liberada. Lo que podía haber sido un muy reiterativo retrato del genio artista atrapado en su insensibilidad moral y su egoísmo, dispuesto a sacrificar la felicidad ajena en aras del cumplimiento cabal de su misión artística, presenta facetas narrativas más delicadas. Ciertamente sobra en la cinta mucho de su esforzada innovación formal. Adlon padre dio en Bagdad café (1987) una estupenda película de culto sin necesidad de demasiados manierismos de estilo. Confesiones en el diván es una cinta ágil, divertida y mordaz, con actuaciones sobresalientes.
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