La premisa argumental de El hombre de al lado,
película argentina de Mariano Cohn y Gastón Duprat, es atractiva: la
existencia satisfecha de Leonardo (Rafael Spregelburd), diseñador
exitoso y petulante, cuya residencia es la
única casa construida por Le Corbusier en América Latina, se ve de pronto perturbada por la decisión de Víctor (un Daniel Aráoz estupendo), vendedor de autos y vecino de maneras burdas y obsequiosas, de abrir una ventana en el muro que Leonardo tiene justamente enfrente de su casa.
Los argumentos van y vienen de ambas partes. Para Leonardo, esta violación de su intimidad, pero sobre todo de su concepción estética de la armonía indispensable en su entorno, es un escándalo y un atropello. Para el vecino se trata simplemente del derecho inalienable a tener un poco de luz en su espacio doméstico, que imaginamos sombrío.
Un rayito de luz, un poco de esa luz que a usted le sobra, argumenta Víctor, imperturbable.
La publicidad de la película en Francia ensaya la ironía: el muy palurdo Víctor es
el vecino que Le Corbusier jamás había previsto. El hombre de al lado aborda con humor, buenos diálogos e inquietante tensión en aumento el tema de la irrupción de lo público en la esfera de lo privado. La idea es interesante. Además de sugerir, como metáfora irónica, una creciente polarización social en la muy moderna y sofisticada nación argentina, la película alude por contraste a otro giro de la modernidad: la abdicación voluntaria de la privacidad. En una época en la que millones de seres renuncian gustosamente a su intimidad (a través de las redes sociales, pantallas de exposición pública, del Facebook, el Twitter y los blogs), he aquí a un hombre paradójicamente anclado en la comodidad del pasado, empeñado en defender heroicamente su intimidad y la de su familia de cualquier mirada ajena. El asunto se presta evidentemente a un tratamiento humorístico, muy de comedia negra, que los realizadores explotan con acierto.
La Casa Curutchet, diseñada por Le Corbusier, construida hace 80 años, lugar muy visitado en La Plata bonaerense, es protagonista central en la historia. Alberga a una familia de comportamiento obsesivo, replegada en sus nociones inamovibles de bienestar y confort social (un hombre fatuo, una hija casi autista y una mujer irritante son los personajes casi caricaturescos de la farsa social).
Por fortuna, la solvencia de los directores lleva a buen puerto el relato, sin dejar que naufrague en la obviedad y la tontería. Las actuaciones son justas, y algunas situaciones, hilarantes. Huelga señalar que los personajes, de ambos bandos son vecinos a todas luces incómodos para cualquier ser medianamente razonable. Una comedia negra original y muy divertida.
http://www.jornada.unam.mx/2011/11/08/opinion/a09o1esp
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